Selección de poemas y fragmentos de novela

 

EL FINAL DE MI VIDA EN EL ARTE
(de “La muerte de un mujeriego”)

 

Este es el final de mi vida en el arte. Por fin he encontrado a la mujer que buscaba. Es verano. Es el verano que estaba esperando. Vivimos en una suite del quinto piso del Château Marmont en Hollywood. Es tan hermosa como Lili Marlene. Es tan hermosa como Lady Hamilton. Si no fuera por el miedo a perderla, no tendría ninguna queja. No me ha sido negada la medida completa de la belleza. Por las noches y las mañanas nos besamos. Las plumosas palmeras se alzan a través del aire contaminado. Las cortinas se mueven. El tráfico avanza por Sunset sobre flechas, palabras y líneas pintadas. Mejor no susurrar si quiera esta perfección. Este es el final de mi vida en el arte. Estoy tomando un Red Needle, una bebida que me inventé en Needles, California, téquila y zumo de arándano, limón y hielo. La medida completa. No me ha sido negada la medida completa. Ocurrió cuando me acercaba a mi cuarenta y un cumpleaños. La Belleza y el Amor me fueron concedidos en forma de mujer. Lleva brazaletes de plata, uno en cada muñeca. Estoy contento de mi suerte. Aunque ella se fuera, me diría a mí mismo: No me ha sido negada la medida completa de la belleza. Esto fue lo que me dije en Holston, Arizona, en un bar al otro lado de la calle de nuestro motel, cuando pensaba que se iría a la mañana siguiente. Esto es conversación de borracho. Esto es Red Needles hablando. Es demasiado suave. Estoy asustado. No sé porqué. Ayer estaba tan asustado que apenas pude pasarle un Red Needle a un monje en Mount Baldy. Estoy asustado y cansado. Soy un viejo con un adorno de plata. Estos rígidos movimientos no deberían ser acompañados con campanillas de plata. Seguramente está conspirando contra mí en mi propia cama. Quiere que yo sea Carlo Ponti. La criada negra me está robando las tarjetas de crédito. Debería ir a pasear bajo los pinos. Tendría que controlarme. Oh, Dios, su piel es suave y oscura. Vendería las tumbas de mi familia. Soy lo bastante viejo para hacerlo. Soy lo bastante viejo para estar arruinado. Será mejor que me prepare otro trago. Si pudiera escribirle una canción podría pagar esta suite. Ella vio a los hombres de Afganistán, vio a los jinetes, ¿cómo puede estar aquí conmigo? Es verdad que yo soy un héroe del Sahara, pero ella no me vio bajo la arena y el fuego, dominando los esfínteres de mi cobardía. Ella no puede saber lo hermosas que son estas palabras. Nadie puede. Ella no puede percibir la profunda inmortalidad de mi vida en el arte. Nadie puede. Mi visión del tráfico en Sunset Boulevard a través de las azucenas de hormigón en la baranda del balcón. La mesa, el clima, el físico perfecto para un artista de cuarenta años, famoso, feliz, asustado. Las seis de la mañana. Las seis y cinco. Los minutos pasan. Las seis y diez. Mujeres. Mujeres y niños. Dicen que ya no hay luz en Los Angeles, la luz original del cine, pero esta vista de Sunset Boulevard es más que satisfactoria, se mire como se mire. Mi vida en el arte está terminando. Mónica duerme. Toda la mente errante es suya. Mis devociones empiezan a molestarme. Ella pronto estará harta. Yo ya estoy harto. Está embarazada. Las relaciones sexuales son dulces por ello. No quiere tener el niño. Las seis y veinte. Tomamos Red Needles todas las noches. Me habla del mundo homosexual de San Francisco. El peso de su belleza se ha hecho intolerable. A la gente en la licorería se le saltaban los ojos y no daban crédito a lo que veían mientras ella pasaba con su largo pelo y su hijo para el sacrificio, su ropa de segunda mano y su habitual rostro de burla ante todos los preparativos para la seducción aquí en el corazón de Hollywood, tan madura es en las fuerzas de la belleza y la música que me asusta, a mí que he sido testigo del final de mi vida en el arte. Las seis cuarenta. Quiero volver a la cama y penetrarla. Es el único momento en que encuentro un poco de paz. Y cuando se sienta en mi cara. Cuando baja hasta mi boca. Es de muerte. Una pirámide sobre mi pecho. Quiero intercambiar sangre con ella. Quiero su esclavitud. Quiero su promesa. Quiero su muerte. Quiero que el ácido vertido me libere. Quiero dejar de clavarle los ojos. Las seis cincuenta. Arruinado en Los Angeles. Debería volver a fumar. Voy a empezar a fumar otra vez. Quiero morir en sus brazos y dejarla. Hay que fumar un paquete diario para ser un hombre así. Cuando estábamos de viaje yo siempre estaba dispuesto a llevarla al aeropuerto más próximo y decirle adiós, pero ahora quiero que se muera sin mí. Hoy he vuelto a empezar mis ejercicios. Necesito un poco de músculo. Necesito a un hombre en el espejo que me susurre valor cuando me afeito y me hable otra vez de los nobles que conquistaron todo esto.

 

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