La mujer y el arte
La mujer y el arte
Día de la mujer trabajadora 2004
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Autorretrato con dos pupilas. Adélaïde Labille-Guiard

Autorretrato con dos pupilas. Adélaïde Labille-Guiard. Metropolitan Museum of Art (Nueva York, EE.UU.).

Joven pintando. Marie-Denise Villers

Joven pintando. Marie-Denise Villers. Metropolitan Museum of Art (Nueva York, EE.UU.).

El pianista. Liubov Popova

El pianista. Liubov Popova. National Gallery of Canada (Ottawa, Canada).

Introducción

Con motivo de la celebración del Día de la Mujer Trabajadora, este año 2004 la Biblioteca de la UNED realiza una exposición bibliográfica centrando la mirada en la mujer como sujeto del arte. Las pintoras y escultoras han sido sistemáticamente presentadas en los manuales de historia del arte de una forma marginal lo que podría hacernos pensar que apenas habían existido, mientras que como objeto eran ampliamente representadas en cuadros, esculturas y demás manifestaciones artísticas de todos los tiempos.

Lo cierto es que sí ha habido grandes artistas pero no han sido reconocidas como tales ni valoradas por la posteridad. Muchas pinturas realizadas por mujeres fueron inicialmente atribuidas a varones, lo que indicaría que no hay diferencias objetivas entre el arte realizado por mujeres o por hombres, pero cuando se verifica que la autora es una mujer, baja mucho el valor económico y simbólico de la obra. Vamos por ello a realizar un breve recorrido por la historia del arte constatando así su presencia y los obstáculos a los que tuvieron que enfrentarse y superar para poder dedicarse a aquello que verdaderamente deseaban.

Según la tradición recogida por Plinio el Viejo en su Historia Natural, la pintura fue una invención femenina: la joven hija del alfarero Butades Sicyonius trazó sobre un muro el contorno de la sombra del rostro de su amado cuando partía para lejanas tierras.

El primer ejemplo documentado de una obra de arte firmada por una mujer se remonta sorprendentemente a la Alta Edad Media. Generalmente los artistas del medievo no firmaban sus obras y tampoco lo hacían los autores de los manuscritos iluminados, pero en el ejemplar del Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana que se conserva en la Catedral de Gerona (terminado en el 975) aparecen los nombres de Ende "pintora y sierva de Dios" (pintrix et Dei adiutrix) y del monje Emeterio.

En el siglo XV comenzó a producirse en Italia un cambio en la valoración social del artista, que se extendió luego por todo el Renacimiento y el Barroco. Los artistas empezaron a reivindicar que la pintura, la escultura y la arquitectura fuesen consideradas artes liberales ya que requerían una intensa actividad intelectual y espiritual que las alejaba del simple oficio mecánico y artesano al que estaban sujetas en la Edad Media con el sistema gremial. En este momento la formación de los artistas requiere conocimientos de Geometría, Física, Aritmética y Anatomía, disciplinas que no se incluían en la formación de las mujeres. Empieza a ser fundamental también la copia del natural y concretamente el dibujo del cuerpo humano desnudo, actividad por completo vedada a la mujer, quien, por otro lado, mantiene una absoluta dependencia del varón, accediendo a la profesión de la mano de un protector, un marido artista o un padre artista. En estos casos las mujeres reciben la formación en el taller familiar (Lavinia Fontana, Artemisia Gentileschi, Luisa Roldán). Si por el contrario pertenecen a la nobleza o a la burguesía adinerada (Sofonisba Anguissola), la formación humanística que se les proporcionaba incluía el aprendizaje del dibujo y la pintura al igual que la música, disciplinas que eran impartidas por maestros consagrados.

Otro aspecto importante durante el Renacimiento y el Barroco es el rechazo de los artistas al cobro de honorarios por la realización de su obra, ya que el trabajo remunerado era considerado un "oficio" indigno de caballeros. Así los artistas, para poder desarrollar su actividad, buscan la protección de la nobleza o la monarquía. En este sentido, la aceptación social de algunas pintoras se debió precisamente a que fueron damas de la corte como por ejemplo, Sofonisba Anguissola en la corte española y Levina Teerlinc en la inglesa.

El siglo XVIII fue una época de grandes cambios y grandes revoluciones. Durante la Ilustración se amplía poco a poco el campo profesional de las mujeres sobre todo en la enseñanza. La separación de los sexos y los diferentes programas educativos genera una mayor demanda de profesorado, preferentemente femenino, para las escuelas de niñas. Por otro lado, las clases acomodadas consideraban imprescindible en la educación de las jóvenes un cierto conocimiento de dibujo y pintura, así como de canto y música, por lo que muchas artistas se convierten en maestras de estas disciplinas acogiendo pupilas (Adélaïde Labille-Guiard).

A pesar de estos logros, la discriminación es manifiesta. Continúan las mujeres siendo mayoritariamente excluidas de las Academias y de los concursos como el prestigioso Prix de Rome.

Las Academias eran los lugares establecidos en la época para la formación de los artistas y el acceso a las mismas era controlado al máximo por los propios miembros que defendían así sus prerrogativas frente a otros artistas y sobre todo frente a las mujeres, restringiendo su incorporación o evitando su nombramiento como miembros de pleno derecho. Las mujeres que obtenían el privilegio de formar parte de las Academias (Angelica Kauffmann, Elisabeth Louis Vigée-Lebrun) tenían prohibida la asistencia a las clases de desnudo. Esto dificultaba el acceso a una sólida formación, que incluía el estudio del natural, de la que sí disfrutaban en cambio sus colegas varones. Por este motivo las mujeres no podían consagrarse a géneros como la pintura de historia o mitológica, que implicaban un conocimiento pormenorizado del cuerpo humano, viéndose obligadas a cultivar géneros considerados "menores" como el retrato, el paisaje o la naturaleza muerta, a la vez que se les cerraban las puertas del éxito ya que en los Salones y concursos eran especialmente valorados los grandes temas históricos o mitológicos.

Tampoco tenían la facilidad de sus compañeros para realizar largos viajes al extranjero que completasen su educación artística porque era impensable que las mujeres viajasen sin la compañía de algún familiar o se mostrasen solas en público.

En el siglo XIX crece el número de mujeres dedicadas al arte y se afirma en la sociedad la idea de la mujer artista, pero es un siglo de grandes contradicciones pues, si bien la mujer va adquiriendo derechos sociales, laborales, económicos, por otro lado el restrictivo modelo femenino victoriano relega a la mujer al papel de esposa, madre y ángel del hogar.

Continúan teniendo los mismos problemas para acceder a las Academias, pero surge otro tipo de entidades de carácter más liberal como las sociedades de artistas en general y las asociaciones de mujeres artistas en particular, que se crean para defender, sobre todo en este último caso, los intereses de estas mujeres instituyendo premios y bolsas de estudio, organizando exposiciones y luchando contra la discriminación de los organismos oficiales. También algunos maestros aceptan mujeres en sus talleres como el caso de Jacques Louis David pero hay cada vez más mujeres artistas que poseen un estudio propio (o compartido con otras compañeras), un espacio donde poder trabajar y donde las más famosas aceptan pupilas como el ya comentado de Adélaïde Labille-Guiard.

En la segunda mitad del siglo las grandes Escuelas de Bellas Artes comienzan a aceptar mujeres, pero aumentando para ellas las cuotas de inscripción y manteniendo la prohibición de copiar desnudos del natural.

Con la vanguardia artística francesa, proliferan en París los talleres y escuelas que mantienen contacto con los focos de la bohemia y alguno de los cuales abren aulas femeninas como por ejemplo el Estudio de Charles Chaplin (donde estudia Mary Cassatt) o la Académie Julian. El Impresionismo atrae también a algunas mujeres como Berthe Morisot o Mary Cassatt alumnas de Manet y Degas respectivamente.

Durante la primera mitad del siglo XX las mujeres se aproximan con entusiasmo al mundo de las vanguardias artísticas. Aparentemente las limitaciones que había sufrido la mujer a lo largo de toda la historia se habían superado: ya tiene acceso libre a las escuelas de pintura, pueden participar en exposiciones y concursos o copiar desnudos del natural, pero los prejuicios continúan instalados en la sociedad. Así vemos que las escuelas de arte están gestionadas por hombres, los críticos de renombre son hombres y los jurados de los concursos los componen hombres. La situación no ha cambiado mucho cuando el célebre fotógrafo Alfred Stieglitz debe defender el trabajo de su esposa, la pintora Georgia O’Keeffe durante la presentación de una exposición de la obra de ella.

Solo a partir de los años sesenta, con la consolidación del movimiento feminista y la lucha por los derechos de la mujer, se empiezan a realizar estudios que van sacando de las sombras a artistas de todos los tiempos, algunas de las cuales habían gozado de gran éxito en su época y demostrando la extraordinaria calidad de los trabajos de muchas de ellas cuyas obras eran a veces atribuidas a sus padres o maestros también artistas y, claro está, varones.

Como muestra de estas reivindicaciones, cabe señalar la realizada en 1989 en Nueva York por el grupo de activistas feministas Guerrilla Girls con carteles donde se leía: ¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum? Menos del 5% de los artistas de la Sección de Arte Moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos.

Do women have to be naked to get into the Met. Museum?



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Última actualización: 31-Mar-2016

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