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LOS TEMPLARIOS EN CASTILLA.LA ENCOMIENDA DE VILLALCÁZAR DE SIRGA. José Manuel Rodríguez García
Marchad, pues, soldados, seguros al combate y cargad valientes contra los enemigos de la cruz de Cristo... <Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor>. ¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla! ¡Qué felices mueren los mártires en el combate! Alégrate, valeroso atleta, si vives y vences en el señor; pero salta de gozo y de gloria si mueres y te unes íntimamente con el Señor" BERNARDO DE CLARAVAL, Elogio de la nueva milicia Templaria,.
lib, I. pp.169-170, ed. Siruela, Madrid, 1994 [ca. 1133]
Cuando San Bernardo pronunció esas palabras hacía ya casi quince años desde que Hugo de Payens, promotor y primer Maestre, se había decidido a reunir un grupo de caballeros, poco más de una docena de veteranos de la primera cruzada, con la misión de proteger la ruta de los peregrinos, a ellos mismos y a los Santos Lugares, que acababan de ser reconquistado por los cruzados en 1099. Ciertamente el nacimiento de las Órdenes Militares está estrechamente ligado con el fenómeno que conocemos como las Cruzadas. Su periodo "clásico", abarcó desde el 1095, fecha de la proclamación y llamada de Clermont a la guerra para liberar los Santos Lugares, hasta 1291, cuando Acre y los últimos reductos cristianos en Siria y Palestina cayeron bajo el poder musulmán. La Orden sobrevivió poco tiempo a lo que había sido el motivo de su origen y fundación, ya que en 1313 sería ignominiosamente abolida por el papa a petición, o más bien Orden, del rey Francés, después de montar un complejo entramado de acusaciones de herejía, blasfemia y falsos rumores contra, para la ya entonces, muy rica Orden. Se dice que las Órdenes Militares fueron el reflejo más fiel de la época que vivieron, marcada por el ideal cruzado, dentro de una sociedad feudal. La Orden Templaria fue la primera que se creó. Fue fundada en Jerusalén hacia el 1120. tomando su nombre del edificio que los cruzados identificaron como el Templo de Salomón, donde la Orden estableció su cuartel general. Como ya se ha dicho, nació con el propósito, en principio limitado, de proporcionar protección a los peregrinos que viajaban hasta Tierra Santa; pero muy pronto se encontró formando parte de las fuerzas cristianas que se enfrentaban a los musulmanes en Ultramar, para convertirse poco después en una de las bazas fundamentales de la supervivencia de los estados latinos creados en Oriente. Ciertamente, para la segunda mitad del s. XII, las Órdenes Militares, y especialmente la Templaria, se encontraba en posesión de la mayor parte de los castillos que defendían las fronteras de los reinos cristianos. Las Órdenes Militares, Temple, Hospital, Teutones, Sto. Tomás o S. Lázaro se convirtieron en el único elemento que podía hacer frente a las fuerzas superiores del enemigo infiel, el cual, afortunadamente, se mostraba desunido con bastante frecuencia, favoreciendo así la supervivencia de esos estados cristianos. Las Órdenes aportaban cuerpos armados entrenados de caballeros y peones, de forma permanente y disciplinada. Aportaban hombres, dineros, recursos y experiencia a la causa cruzada, intentando solventar los principales problemas de los propios estados cruzados: la dependencia de éstos de Europa y sus hombres, que sólo llegaban abundantemente con ocasión de las diferentes grandes campañas cruzadas, y que no solían permanecer mucho tiempo en Tierra Santa. Ello, unido a su inexperiencia frente a las tropas musulmanas hacía de lo más necesario el contar con un núcleo aguerrido de tropas disciplinadas y experimentadas , las cuales, de forma permanente, sólo fueron capaces de proporcionar las Órdenes Militares. Las Órdenes Militares, a su vez, conseguían
a sus hombres y recursos de la propia Europa y los estados de Ultramar.
Su ideal de monjes-soldados, producto de la sociedad feudal hinchada de
nuevos ideales y en medio de la expansión ideológica y social
de la iglesia atrajo a un importante números de caballeros. Hombres
a los que su mensaje era fundamentalmente dirigido: Ahora, el hombre para
salvarse no necesitaba ser monje, como se había considerado hasta
la segunda mitad del s. XI.. Ahora, también podía conseguir
la salvación haciendo lo que mejor sabían hacer los barones
feudales: guerrear. Guerrear contra los enemigos de Dios y en pro de la
Iglesia. Además, así se conseguían dos propósitos
de una vez: por una parte, se conseguía que los barones dejaran
de luchar entre sí, manchando sus manos de sangre cristiana y dando
un respiro a la violenta sociedad europea; por otra, su lucha meritoria
contra los enemigos de la iglesia, les hacía merecedores del perdón
completo de sus pecados, lo cual venía a significar su salvación
eterna.
La Orden gozó de un rápido y gran éxito,
debido tanto a su ideal como a su organización. La idea de ganar
la salvación eterna haciendo lo que mejor sabían hacer los
caballeros, la clase dominante de la época: luchar, atrajo rápidamente
gran número de simpatizantes y miembros, incluyendo gran número
de familiares del propio San Bernardo. Los miembros de las Órdenes
Militares eran el producto y prototipo del perfecto cruzado. En ellos se
conjugaba la lucha espiritual del monje, con la lucha material del guerrero
medieval. Todo ello fue reconocido por bula papal de 1139, que otorgaba
la fundación de la Orden, con estatutos especiales. Entre esos estatutos
estaba la independencia canónica de la Orden, cuyos miembros sólo
debían responder ante su maestre, y éste sólo debería
rendir cuentas ante el papa, saltándose cualquier otra posible jurisdicción
eclesiástica. Algo que, por supuesto, no hacía ninguna gracia
a los miembros de la jerarquía eclesiástica, con quienes
a lo largo de la historia tuvo numerosos problemas, tanto por cuestiones
espirituales, como puramente materiales.
La Orden, reconociendo Hugo de Payens la importancia que tenía el asegurar los recursos de Occidente, se extendió rápidamente por Europa, especialmente desde el citado concilio de Troyes en Enero de 1129. En Francia e Inglaterra la entusiástica predicación de San Bernardo logró que entre 1128-1130, la Orden ya gozara de una importantísima base de propiedades y miembros con las que sustentar sus campañas orientales. En Portugal, tenemos las primeras donaciones en 1128, cuando se le encomienda la defensa del castillo fronterizo de Soures así como se les otorga diversas propiedades en la retaguardia para su mantenimiento. En la Corona de Aragón -reinos de Aragón y Cataluña- su presencia también es temprana, datándose en los años 1130-31, mientras que para Navarra la fecha se retrasa hasta 1133. En los reinos de Castilla y León su aparición parece ser más tardía, siempre recordando que la definitiva unión de estos dos reinos no se produjo hasta 1230. En el reino de Castilla, tenemos su primera referencia como la de un gran fracaso. Es el episodio de la renuncia del Temple a defender la villa de Calatrava. Episodio que daría lugar a la creación de la Orden Militar del mismo nombre, en 1157. Evidentemente antes de esa fecha ya deberíamos contar con la presencia de templarios en Castilla, sin embargo no hay constancia de ello. Ésto nos lleva al principal problema para el estudio de la Orden en Castilla y León: la falta de una colección diplomática de la Orden. La disolución de la misma llevó a la pérdida más o menos interesada de casi todos sus documentos en estos reinos, causa principal de que ninguna autor, hasta ahora, haya querido meterse en el problema histórico de su estudio. En cualquier caso, todo parece indicar que las primeras donaciones a la Orden deben datar de la década de 1140. Aunque haya que retrasar la aparición de las primeras encomiendas templarias independientes en los reinos de Castilla y León hasta finales de los 1150, siendo la zona de Tierra de Campos una de sus primeros feudos. La presencia de las Órdenes Militares y especialmente la Templaria, se ha venido analizando desde dos puntos de vista: su función en la península, y su papel en el nacimiento de las Órdenes Militares nacionales, léase Santiago, Calatrava o Alcántara. Con respecto al segundo punto, y aunque algunos autores hayan querido ver en el ejemplo de los ribats -especie de monasterios-fortalezas donde los voluntarios de la guerra santa islámica (Yihad) hacían vida comunitaria cumpliendo su deber de lucha contra el infiel-, el origen de todas las órdenes militares; lo cierto, es que si nos atenemos al estudio de los estatutos o reglas, las Órdenes Militares hispanas, copian en gran medida las reglas de las Ordenes Internacionales. Esto es especialmente evidente en el caso de las reglas de Santiago y el Temple. No obstante, las Órdenes Militares hispanas cuentas con características peculiares que reflejan su mayor compromiso con la vida en la frontera, la vida de reconquista, como el caso que los miembros de las Órdenes hispanas pudieran contraer matrimonio, conservaran parte de sus propiedades (aunque en teoría no se permitía), y tuvieran una rama femenina (caso también de los conventos Hospitalarios). No obstante, cabe la duda de preguntarse por qué las Órdenes Militares nacieron antes en Oriente que en la Península Ibérica, donde había una mayor tradición de lucha contra el moro, e incluso existían confraternidades de caballeros, como la de Belchite en Aragón, o Santiago en Castilla, que constituían verdaderos antecesores de las Órdenes Militares propiamente dichas. Probablemente haya que buscar la respuesta en el efectivo control que ejercían los monarcas peninsulares en el desarrollo de la reconquista, en contraste con la falta de liderazgo y recursos que se veía en Tierra Santa. Con respecto al primer punto, el motivo o función de la Orden del Temple en la península hay dos posturas enfrentadas. Los que defienden que su único objetivo era la extracción de recursos materiales y humanos, para enviarlos a Oriente; y los que defienden que, sin obviar para nada ese papel al que por regla estaban obligados, sí se llegaron a comprometer activa y militarmente en las campañas de la reconquista. Para empezar hagamos dos aclaraciones: 1. Hay que diferenciar el papel y la actuación de la Orden en cada uno de los reinos peninsulares, aunque la igualemos para el de los reinos de Castilla-León. 2. No cabe duda de que en principio su papel en la península fue la de extraer recurso, a los que por propia reglamentación interna estaban obligadas. De hecho, sus estatutos obligaban a que 1/3 de todas los recursos de cada encomienda se destinara a Oriente, los llamados "responsios". A este respecto tampoco (y éste es otro de los misterios que rodea a las Órdenes Militares internacionales en general y la Templaria en particular), queda claro cómo sacaban los recursos, en qué consistían y si realmente los extraían fuera de la península; sobre todo, teniendo en cuanta que los reyes tanto castellano-leoneses, como portugueses o aragoneses, al llevar a cabo una lucha contra el infiel en su propio territorio -con el mismo rango de cruzada-, no estaban nada dispuestos a dejar que recursos de sus reino salieran fuera de éstos. En cualquier caso, algún estudio que se ha hecho para la Orden del Hospital muestra que las principales mercancías que se exportaban eran caballos, dinero, grano y algunas armas, además del propio recurso humano que constituía la integración de un caballero en la Orden. Se supone que al principio la ruta de salida era la catalana, a través de Tortosa y el puerto de Barcelona, o bien llevándolos al puerto francés de Marsella. Sin embargo, desde 1270, Alfonso X promulga una ley por la que establece que toda mercancía que fuera a ser destinada al próximo Oriente y los Santos Lugares debía ser embarcada por lo puertos de Alicante o Cartagena. Esta ley hace mención expresa a las Órdenes del Hospital y Temple, así como cualquier otra Orden.
La discutida vida de los templarios en el reino de Castilla y León tuvo uno de sus máximos exponentes en la encomienda de Villalcázar de Sirga (Palencia). Situada entre Fromista y Carrión de los Condes, en pleno camino de Santiago y, en principio, con una significancia económica, se ha visto rodeada de diferentes incógnitas respecto a su historia y función, así como lo estuvo su propia Orden. No está claro si llegó a ser fortaleza, poseer torre fortificada o tener algún significado militar. De ser así, ¿Cual habría sido este? ¿Cual era su función en el camino de Santiago? ¿Cual fue el papel de los Templarios en la Reconquista y la Cruzada? ¿Qué pasó en Castilla-León con los Templarios en 1307/13 ante el hecho de su disolución? Estas son algunas de las preguntas a las que vamos a intentar responder, partiendo de la base de que, en la actualidad, una intervención arqueológica en dicha encomienda se vería muy dificultada por su emplazamiento en mitad de un casco urbano completamente conformado en la actualidad. Pero ¿Qué era una encomienda? No era ni más ni menos que un centro administrativo desde el cual se regía un cierto número de tierras, propiedades y vasallos en sus alrededores. A la cabeza de cada encomienda había un freire encomendador, a cuyas órdenes podían estar otros freires y hermanos religiosos. Debajo de ellos estaban los siervos feudales; y en un escalón intermedio aquellas personas o caballeros que habiendo decidido ayudar a la Orden bien con su trabajo, bien con su esfuerzo guerrero, para gozar de beneficios espirituales, pero sin querer integrarse plenamente en ella, se adscribían a ella por tiempo limitado. En un escalón parecido se encontraban los sargentos, miembros de pleno derecho de la orden pero que no tenían el estatus de caballero. Las encomiendas podían ser de carácter primariamente económico, militar -en este caso se articulaban en torno a un castillo fuerte- o conventual. Por encima de los comendadores se encontraban los Maestres provinciales y por encima de todos ellos el gran Maestre, con sede en Tierra Santa, lugar donde se asentaba el cuartel general de las Orden. Antes de entrar en otros punto, podemos comentar un hecho curioso ¿Cómo es que dos importantes figuras del S. XIII, ambos rebeldes contra sus reyes y al servicio de los reyes musulmanes durante cierto tiempo, acabaron siendo enterrados con todos los honores en encomiendas templarias?. Uno de ellos fue el conde D. Gonzalo, rebelde a Fernando III, el cual habiendo muerto en tierras infieles al servicio de los sultanes fue llevado por sus fieles vasallos a Castilla y enterrado en la iglesia Templaria de Casinos del Temple. El otro, fue el infante Felipe, hermano de Alfonso X, enterrado en esta misma encomienda de Villalcázar, donde se puede observar uno de los más bellos sepulcros de la plena Edad Media hispana. Quizás no signifique nada, o quizás sea uno más de los ejemplos de caballeros que llegando su última hora se decidían a tomar uno de los hábitos de las Órdenes Militares -o monástica, aunque mucho más raramente- para intentar expiar parte de sus pecados ante del Juicio Final. ¿Cual fue el papel de la encomienda de Villasirga?
Tampoco está claro a pesar de ser una de las más antiguas
en el reino Castellano y ser la única que se encuentra al norte
del Duero en este reino. En 1307 aparece como comendador de Villasirga
un tal Gómez Patiño, que a la vez era comenador de Villárdiga
al mismo tiempo, y cuyas propiedades se repartían por toda Tierra
de Campos como la toponimia de la zona atestigua: Terradicho de los Templarios,
riachuelo de los Templarios,....Tradicionalmente se la viene asignando
una función casi enteramente económica, al estar enclavada
en la rica Tierra de Campos. Sin embargo algunos documentos hablan de una
iglesia o casa fortificada. La Orden poseía en Villalcázar
su iglesia principal, Sta. María la Blanca, el mismo nombre que
el de la imagen de la virgen que aún se conserva en su interior
y de la cual poseemos numerosas referencias gracias a la devoción
de reyes (Alfonso X y Sancho IV), y peregrinos. Precisamente en cuanto
a reyes, ésta encomienda está situada muy cerca de uno de
los palacios de descanso más frecuentados por Alfonso X y Sancho
IV. ¿Aprovechaban los reyes sus teóricos momento de descanso
para consultar discretamente asuntos con los Templarios? De todas formas,
su influencia como punto importante de paso en el camino de Santiago queda
reflejado en diarios de peregrinos y especialmente, en las Cantigas de
Sta. María, de Alfonso X el Sabio, varias de las cuales hacen referencia
a milagros que tienen como protagonista a la imagen de la virgen que se
veneraba en la Iglesia Templaria con referencia a peregrinos y locales.
Como hemos dicho, esta Iglesia era la casa principal Templaria de la encomienda.
Encomienda, por cierto, una de las más grandes que poseía
la Orden y de la que, junto a su papel económico y hospitalario
- al atender a peregrinos-, no deberíamos desechar un posible papel
estratégico, de control del área (sobre todo si se confirmara
que la iglesia había estado fortificada) y ruta de peregrinaje.
También se ha especulado, sin demostrarse fehacientemente, con que
a la Orden también pertenecieran las iglesias de Santiago y Sta.
María del Camino, en Carrión de los Condes, que reforzarían
su control y presencia en este importante nodo de comunicaciones, junto
a otras Órdenes Militares.
En 1310, cuando los arzobispados de Santiago y Compostela citan a los caballeros Templarios a comparecer en Medina del Campo para asistir al proceso que se iba a llevar contra ellos y que acabaría en la sentencia de Salamanca, se citan treinta y cuatro encomiendas, cada una de ellas reuniendo varias propiedades y/o castillos. En Galicia: Faro (La Coruña), Amoeyro (Orense), Coya (Bouzas-Vigo), San Fiz do Ermo (Lugo), Canabal (Orense) y Neira (Lugo). En León: Ponferada y Villapalmaz. En Zamora: Benavente, Villalpando, Villárdiga, Carbajales de Alba, Tábara, Alcañices y en la propia Zamora. En la provincia de Valladolid perteneciente al antiguo reino de León: Mayorga, Ceino de Campos, y San Pedro de Latarce. En Extremadura: Coria y Alconétar. Y para completar el antiguo reino Leonés, las encomiendas de Salamanca y Ciudad Rodrigo. En el reino Castellano se citan la encomienda de Alcanadre en la Rioja, Villalcázar de Sirga (Palencia), la de San Juan en Valladolid, Medina del Campo, Yuncos (Toledo), MOntalbán, villalba de Bolobrás, , Caravaca (Murcia), Jerez de los Caballeros (Badajoz, y una de sus más importantes),Ventoso con Frenegal (en término de Burguillos, Badajoz) y Capilla (en unión con Almorchón y Garlitos), junto con casas en Sevilla y Córdoba. De la de Santa María de Villasirga, se citan a dos hermanos, aunque sabemos de la existencia de un importante comendador un año antes. La Orden Templaria nunca fue numerosa, y por estas fechas parecía ya contar con menos miembros; citándose en total, de manera individual, a 86 miembros. En cualquier caso, no se cree que la Orden en su conjunto pasara en Castilla-León de los 200 miembros contando a caballeros, sacerdotes y sargentos; frente a los 300 aragoneses o el más del millar franceses. Se supone que la Orden había perdido muchas simpatías por su creciente riqueza, falta de modestia, inmiscusión en temas políticos, y pérdida de objetivo, al haberse extinguido en 1291 las últimas posesiones latinas en Tierra Santa. Sin embargo, la piedra de toque para su disolución había sido las ansias del monarca francés Felipe el Hermoso de quitarse de encima a sus banqueros Templarios, con los que había contraído numerosas y cuantiosas deudas -después de haber hecho lo mismo con sus banqueros judíos...-. Ello, por supuesto, fue enmascarado bajo acusación de herejía y otras prácticas demoniacas. Lo sucedido en Francia, y teniendo en cuanta el control que ejercía el monarca francés del papado, actuó como catalizador en el resto de Europa. El papa declaró abolida la Orden, sus propiedades confiscadas, y sus miembros pasados a juicio en cada reino ese mismo año, el 22 de Noviembre. En Castilla-León ocurrió lo mismo. Se les convocó en Medina del Campo en la primavera de 1310 y fueron juzgados en el concilio de Salamanca a finales de ese mismo año. La resistencia, a pesar de que contaban con importantes castillos, fue testimonial y no tardaron en ampararse bajo protección real. En ambas ocasiones, se demostró la inocencia de la Orden y sus miembros, de las acusaciones vertidas contra ellos. Pero ante la sentencia papal del 22 de Marzo de 1312 se disolvió de hecho la Orden y sus bienes fueron expropiados. Sus miembros tuvieron la libertad de acogerse a otras Órdenes Militares o monásticas y gozar del usufructo para su mantenimiento, de lo que habían sido sus antiguas posesiones, hasta el día de su muerte. Sin embargo, todo aquel proceso ya es otra historia... Ante la falta de un corpus diplomático templario,
como ya se ha mencionado, lo lógico es que juntamente con una búsqueda
más concienzuda en diversos fondos y archivos, se hubiera procedido
al uso extensivo de la arqueología como instrumento más válido
para el estudio de la presencia templaria. Así se evitaría
tener que confiar en tradiciones populares y leyendas, como muchos hacen.
Sin embargo, esto no ha sido así. Bien por desgana , bien por falta
de confianza en el método arqueológico medieval, o, simplemente,
por falta de presupuesto, el caso es que, hasta la fecha, aún no
se ha excavado ninguna encomienda templaria ni en Castilla-León,
ni en el resto de España, como contraste con lo que sucede en Inglaterra,
Francia o Israel.. SELLOS y "VEXILUM" DE LA ORDEN
Todos los grandes maestres, así como los preceptores provinciales
y comendadores, y aún los propios caballeros individuales, tenían
sellos con los que confirmar documentos de la Orden. Los símbolos
que más frecuente aparecen en dichos sellos, son:
Así mismo los comendadores solían representar la figura de castillos, como símbolo de su posesión territorial. Por otra parte, los caballeros podían elegir entre cualquiera de los otros cuatro principales símbolos, adaptarlos a sus necesidades, o incluso incluir iconografía nobiliaria propia, siempre y cuando quedara claro en la leyenda de dichos sellos y anillos, su pertenencia a la Orden Templaria. Por otra parte, todas las Ordenes militares, así como la mayoría de cada una de las tropas feudales, se solían acompañar en la batalla de una bandera de guerra o "vexilum"; alrededor de la cual se reunían los caballeros en el combate. Sellos: 0. Portada. Sello del Maestre Cismarino y
visitador de la Orden, 1255.
© Jose Manuel Rodriguez, abril, 1998 |
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