SIMBOLOGÍA RELIGIOSA DE LA LUCHA CONTRA LOS MUSULMANES EN EL SIGLO XV.

Ana Echevarria. Universidad de Edimburgo.
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Conferencia presentada en la reunión de las Sociedad Española de Estudios Medievales
Zamora, 1995



 He basado mi tesis en el estudio de diversos tratados religiosos escritos entre 1445 y 1470 en los reinos peninsulares. Sus autores tienen varias características en común: todos ellos son universitarios, y excepto Pedro de la Caballería, ilustre converso, los demás tienen cargos religiosos de cierta importancia. Varios de ellos se conocen, y aunque sean en su mayoría españoles, sus carreras transcurren a caballo entre la Península y la Curia romana.

 Desgraciadamente, no tenemos tiempo de entrar en detalles sobre la vida de estos personajes. Baste decir que se trata de Juan de Segovia, importante obispo cismático que dedicó sus últimos años de retiro en Saboya a escribir un tratado titulado De mittendo gladio corda saracenorum...; el cardenal Juan de Torquemada, que a instancias de Pío II se dirigió al Concilio de Mantua con un discurso sobre la necesidad de emprender la cruzada contra el Turco; Pedro de la Caballería, consejero de Juan II de Aragón, que arremetió contra judíos y moros en un breve tratado después de la conversión de su familia del judaísmo al cristianismo, y Alonso de Espina, predicador franciscano que gozó de gran prestigio en Castilla y su corte, y dedicó su gran obra De fortalitium fidei contra hereticos, iudaeos et saracenos... a la defensa de la religión cristiana contra sus enemigos.

 Uno de los puntos que más me ha interesado es la interacción entre culturas por medio de la comunicación, fuera ésta oral o escrita. La decisión del autor de aproximarse a un público u otro y las razones para utilizar una determinada vía de expresión contribuirán a explicar el contenido de su mensaje. El primer problema a tener en cuenta era el del idioma: latín o romance. Normalmente, si el encuentro con el público se producía cara a cara, se solía elegir el romance, pero a la hora de escribir se usaba indistintamente una lengua u otra, explicándose normalmente el porqué en el prefacio.

 Aunque el latín se dirigiera en principio a un público más culto - nobles y prelados-, también tenía la ventaja de poder traducirse a cualquier lengua romance y transmitirse al resto de la audiencia oralmente, por lo que se prefería a menudo su uso en contextos que, de otra manera, hubieran utilizado el romance. Paradójicamente, cuando se pretendía una mayor difusión, la obra era escrita en latín, como en el caso de las obras del obispo borgoñón Jean Germain, que fueron escritas en francés pero ordenadas traducir rápidamente por el Duque de Borgoña, o el proyecto de Juan de Segovia de traducir el Corán no sólo al castellano, sino también al latín.

 La conclusión general que puede extraerse del uso de estos idiomas es que la mayor parte de las obras escritas sobre el Islam en este período, aún cuando fueran apologéticas del cristianismo, no iban dirigidas a los musulmanes sino a los cristianos. Su objetivo era reforzarles en sus creencias, sobre todo si vivían en países de mayoría islámica, o en estrecho contacto con ellos como en la Península Ibérica. El evitar conversiones al Islam era tan importante o más que conseguir conversiones de musulmanes.

 Las dedicatorias de los tratados se refieren a las distintas realidades con las que se enfrentan los autores. Caballería entiende su trabajo como una refutación de su anterior fe, de la misma manera que Anselmo Turmeda había escrito su Tuhfa como justificación de su conversión y prueba de compromiso con su nueva religión. El pequeño tratado de Torquemada y la introducción al Corán de Juan de Segovia hablan de esfuerzos más intelectuales dirigidos a una audiencia claramente más restringida: el Papa y otros prelados. En este ambiente cortesano en que se movían Segovia y Torquemada, Nicolás de Cusa y tantos otros, era más probable que los textos se escribieran por encargo.

 En la más amplia escena europea, Jean Germain, obispo de Chalôns, eligió a otros miembros de la comunidad cristiana: los numerosos peregrinos y viajeros que regresaban de Tierra Santa "llenos de escrúpulos, y debido a su falta de conocimientos, pensaban o expresaban reproches contra la santa fe cristiana, sin saber lo que realmente había acontecido..." En un intento de justificarse, apelaba a la existencia de comunidades cristianas sobre el mismo suelo en épocas anteriores, y a la resistencia de algunas de ellas.

 Desde una perspectiva más local, Espina esperaba llegar a la opinión pública en general, si no directamente a través de este libro, sí utilizándolo en combinación con su faceta de predicador. A lo largo de su obra se refiere a todos los distintos grupos que pudieran estar en contacto con los infieles.

Aunque por el énfasis puesto en el libro tercero pudiera parecer que todo el tratado estuviera dirigido a alertar a los círculos más influyentes sobre el problema de los conversos, examinando el resto de los libros que conforman el Fortalitium fidei puede concluirse que Espina se dirigía a un grupo más amplio de la sociedad, a través de una élite educada, para advertirles de los muchos peligros que rodeaban a la fe cristiana.

 El uso de símbolos y lugares comunes es una de las armas intelectuales dominadas por los escritores eclesiásticos, y facilitaba su comprensión por parte de grupos sociales poco familiarizados con el vocabulario teológico. Los ejercicios retóricos contribuían a mejorar su prosa y se consideraban signos de autoridad. En el ambiente militarizado reinante en la Península en torno al 1450, sin duda el tema más efectivo era el bélico, que se venía usando ya desde hacía tiempo.

 Cuando en 1278 Raimundo Martí llamó a su tratado contra los judíos Pugio fidei ("el puñal de la fe") no hacía más que tomar el tema apocalíptico de la "espada de la divina palabra", tan ampliamente utilizado en la literatura religiosa. La obra fue impulsada por los superiores de su orden (entre ellos, Raimundo de Peñafort) y por el mismísimo rey Jaime I. Probablemente ellos mismos sugirieran el título de la obra. El "puñal" en cuestión debía permitir a los predicadores "cortar el pan de la palabra divina" para los judíos, al mismo tiempo que "estrangulaba su impiedad y mataba su furia contra Cristo". Por otra parte, la daga debía penetrar en los secretos del adversario para neutralizar los ataques contra la fe cristiana.

 Los ideales caballerescos encontraron también su lugar en la teología, especialmente en un territorio en el que la lucha contra los musulmanes servía de fondo a cualquier hazaña militar. Como resultado, las metáforas bélicas triunfaron, y no sólo en la literatura polémica: he ahí el caso del clásico de Diego de San Pedro, Cárcel de amor, donde se describe una "torre de altura tan grande que me parecía llegar al cielo..."
[CITA]

 La figura de la fortaleza es, pues, un lugar común en la literatura del momento, y no es por tanto extraño que Alonso de Espina la eligiera como centro de su concepto de la lucha de la Iglesia contra sus enemigos. De acuerdo con su definición al comienzo del Fortalitium, los cinco libros en que se divide su obra representan las torres de su "fortaleza de la fe". Así aparece en la miniatura que abre el Ms. conservado en la catedral de El Burgo de Osma. En ella, la fortaleza aparece defendida en el exterior por ángeles y caballeros cristianos que se enfrentan a un ejército musulmán, a los herejes que socavan los cimientos del castillo, y a demonios y brujas que lo rodean por todas partes. Dentro del castillo se encuentra todo un ejército cristiano dispuesto a defenderlo, con el Papa en el centro, rodeado de prelados y reyes. Sobre la torre más alta, en que se inscribe el lema "Torre de la fortaleza haciendo frente al enemigo", Cristo al frente de sus ángeles lucha una guerra paralela contra los demonios. La cruz de la orden de Santiago está en todos los escudos. Fuera del castillo, el "rey cruzado" anunciado por las profecías lucha a caballo contra los musulmanes, que se baten en retirada. Toda la escena constituye una ilustración alegórica y didáctica del conjunto de libros que conforman el tratado.

 Uno a uno, todos los libros van desarrollando el tema. En el primero, se describe la armadura que debe llevar el cristiano para luchar contra sus enemigos, consistente en varias virtudes, como la continencia, la justicia, el ejemplo de los santos, la escudo de la fe, la galera de la esperanza... De la misma manera, los predicadores deben utilizar su propia armadura: la Palabra de Dios que están llamados a predicar haciendo gala del coraje de un león, animal que representa por antonomasia el valor caballeresco.

 El segundo libro comienza comparando a los Padres de la Iglesia con las figuras de héroes mitológicos como Teseo, Jasón, etc.; el cuarto libro está dominado por la novena consideración, un relato de las ciento ochenta y ocho batallas fundamentales - para Espina, claro - en la lucha contra los musulmanes en la Península y fuera de ella, concentrando la  mayor parte de las miniaturas del volumen. Por último, el quinto libro hace un resumen de la guerra que mantienen los demonios desde su caída hasta el Día del Juicio.

 Uno de los escritores que mejor se puede comparar dentro del panorama europeo con estos autores españoles es Jean Germain, canciller de la Orden del Toisón de Oro, y uno de los promotores de las ideas de cruzada en la corte del duque de Borgoña. En su Exhortación a Carlos VII para ir a Ultramar, utiliza el salmo 147 como llamada a la Iglesia militante a convertirse en Iglesia triunfante a través de la victoria contra el Islam, que es la mayor causa de disturbios en el mundo. Mediante una crónica legendaria de las hazañas de los monarcas franceses, intenta que Carlos VII siga la vía de la cruzada, que habían comenzado sus antepasados Carlomagno, Godofredo de Bullón, Clodoveo, el rey de Chipre, el Preste Juan y San Luis. Su tratado Diálogo entre un cristiano y un sarraceno continúa la misma idea, al describir en el libro III las "conquistas" realizadas por los Apóstoles - como si de un nuevos Alejandros se tratara - para la monarquía cristiana. Sus personajes se definen como caballeros que realizan hazañas caballerescas, o senadores al estilo romano.

 Otro de los aspectos resaltados por Espina es el uso de banderas y estandartes. En el capítulo dedicado a los orígenes de Mahoma se hace mención de sus ancestros llevando estandartes con leyendas inscritas en ellos. Las banderas, símbolos de la victoria en la batalla, podían ser identificadas por cualquier lector mínimamente familiarizado con los usos guerreros de la época. Si la "militia Christi" tenía su correspondiente "vexillum Christi", a saber, el signo de la cruz redentora que luego pasaría al escudo cruzado, la imagen paralela representada por Ismael, Nizar y Muhammad enarbolaba los estandartes de la "vida soberbia", "vanidad del mundo" y "lujuria", en representación del mal. Si las banderas cristianas eran una plegaria a Dios por el triunfo en la batalla contra el infiel, las que llevaban los musulmanes eran una llamada al demonio. En realidad, Alonso de Espina no hacía más que deformar la realidad del mundo islámico: desde sus orígenes, los califas acostumbraban a investir a sus generales con banderas sagradas al comienzo de la batalla, y éstas irían atadas a sus lanzas mientras durara el combate. En las batallas que describe Espina, las banderas ocupan además un lugar especialmente señalado en las apariciones de Santiago.

 El material procedente de las crónicas utilizado para apoyar argumentos polémicos influye decisivamente en el uso del simbolismo militar con fines religiosos. El capítulo octavo del cuarto libro del Fortalitium, dedicado a "los combates de los sarracenos contra el nombre de los cristianos y contra las verdades de las leyes de Moisés y de Cristo por medio de argumentos", guarda un estrecho paralelismo con el noveno, sobre "las  guerras y triunfos de los cristianos sobre los sarracenos en España, Tierra Santa y Constantinopla". La función de estos dos capítulos dentro del libro es conducir al lector hacia los tres capítulos fundamentales, léase, por qué ocupan los sarracenos Tierra Santa, qué debería imponérseles por ley cuando se convierten en súbditos de un rey cristiano, y cómo llegará el final de su dominio y se convertirán en siervos bajo el yugo cristiano. En este aspecto, el esquema respeta el uso de 'exempla' - si queremos entender los textos cronísticos como anécdotas destinadas a facilitar la comprensión del mensaje general, en este caso, el final del poder musulmán.

 Sólo Jean Germain se aproxima al uso de referencias históricas en el mismo estilo que Alonso de Espina, aunque no respeta el orden cronológico, y prefiere la historia sagrada a los relatos de batallas concretas. Sin duda, el entorno social y la posición del franciscano en la corte castellana influyeron decisivamente en su obra, y  le llevaron a la dura conclusión de que la cruzada era la única vía adecuada para solucionar el problema musulmán en la Península. La formación religiosa del autor pudo favorecer, sin embargo, la posibilidad de la coexistencia, siempre bajo el dominio cristiano. El conjunto de ambas tendencias podría leerse como una forma de trabajar las voluntades de las élites nobiliaria, religiosa, y del mismo rey, para hacerles cumplir con sus obligaciones militares frente a los sarracenos a la vez que los predicadores colaborarían con ellos en el plano de la conversión.

 Las fuentes utilizadas por Alonso de Espina son de lo más variado. Para este capítulo podemos citar en primer lugar la Crónica General de Alfonso X, a la que debe la mayor parte de su información; la Historia de los árabes de  Jiménez de Rada, la Vida de San Millán de Berceo, el Poema de Fernán González, el Cantar del Cid o alguna de sus variantes y las crónicas reales a partir de Alfonso XI. La combinación con las fuentes más populares de las cruzadas (Jacques de Vitry, etc.) producen una mezcla de realismo y episodios hagiográficos que dificultan el análisis del contenido histórico.

 El esquema del capítulo se articula en torno a personajes clave o ciclos de leyendas que pueden identificarse fuera del texto. En primer lugar, están las guerras entre el Islam y el Imperio Bizantino, durante el proceso de expansión del primero (9 guerras), seguidas por la lucha contra los visigodos por la ocupación de la Península (3 guerras). A partir de ahí comienza el contraataque cristiano. El frente combinado de los carolingios en Cataluña (15 guerras) y la batalla de Covadonga en Asturias dan paso al grueso de la Reconquista a partir de Alfonso III de León (28 guerras). Estas guerras se interrumpen con la historia de un ataque a Roma y la del caballero Bernardo del Carpio. El clímax se alcanza con la lucha de Fernán González y su hijo contra el visir Almanzor, incluyendo la historia de los siete infantes de Lara (12 guerras, cuya cronología no corresponde con los acontecimientos históricos). Esta parte, seguida por las hazañas de Fernando I, Alfonso VI y el Cid (30 guerras) ponen de manifiesto la combinación del sentimiento nacionalista del autor con sus objetivos religiosos. Los demás episodios claves son la Primera Cruzada (6 guerras), las guerras de la Reconquista a partir del siglo XII (17, incluyendo las batallas de Alarcos y las Navas de Tolosa), la Segunda Cruzada (3 guerras) y las cruzadas de San Luis (7 batallas). Tras la caída del Temple y las batallas de Alfonso XI, se mencionan el avance benimerín y la resistencia y captura del sur de Castilla y Portugal (10 guerras). Las últimas tres batallas están dedicadas al avance turco sobre Constantinopla y las conquistas portuguesas en el norte de Africa.

 Espina no pretendía realizar un recuento exhaustivo de las batallas de la Reconquista, sino más bien una colección de "batallas edificantes", normalmente episodios con alguna intervención milagrosa, sin necesidad de que tuvieran una importancia militar decisiva. Su concepción providencial de la historia es comparable a la de tantos autores eclesiásticos anteriores que escribieron sobre este tema: pérdida del reino a causa de los pecados de su monarca, milagros como forma de intervención de Dios en las batallas ganadas por los cristianos (especialmente bajo el patrocinio de Santiago), etc.

 Por otra parte, está su espíritu nacionalista, en el momento en que Castilla estaba empezando a tomar más autoconciencia: el predominio de los asuntos del condado castellano primero, y de las batallas del reino después, son claros indicadores, aunque no se olviden las menciones a otros monarcas peninsulares, e incluso franceses. Este sentimiento estaba presente en otras obras religiosas basadas también en fuentes históricas, como en la Anacephaleosis de Alfonso García de Santa María, obispo de Burgos. La necesidad de establecer los orígenes de la monarquía española a través de la mitología y de acontecimientos históricos adaptados a las necesidades, se combinan con el sentimiento anti-musulmán dirigido contra el reino de Granada. Mientras que García de Santa María utilizó la genealogía real, Alonso de Espina prefirió utilizar la tradicional "unión frente al enemigo", refiriéndose a la lucha contra el musulmán desde el reino visigodo como factor legitimador de la monarquía castellana. Los asuntos internos del reino se omiten durante toda la narración, y la legitimidad no se cuestiona sino por la espada. La identificación de los enemigos de la fe con los enemigos del "pueblo" o del "país" era un recurso muy útil. Sin embargo, todos los ejércitos son definidos como "cristianos", sin hacer especial hincapié en su procedencia de uno u otro reino, y la unidad de los reinos peninsulares en ningún momento se menciona como condición previa al triunfo sobre los sarracenos.

 Para terminar, me gustaría citar un caso práctico de la autoconciencia castellana especialmente significativo respecto a este tipo de simbolismo (Phillips): durante los dos meses de sitio de Simancas en 1465, los soldados decidieron representar una parodia del destronamiento de Avila, en la que la figura correspondiente al arzobispo Carrillo fue llamada Don Oppas, en referencia al traidor hermano de Don Julián que ayudó a los musulmanes en su primera incursión en la Península. Esta clara comparación de dos prelados que ayudan a derribar la monarquía legítima, el visigodo Oppas y el castellano Carrillo, muestra la especial identificación de los castellanos con sus antepasados, y su familiaridad con la épica como fuente de información histórica.
 
 


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