EL RITO DE ARMAR CABALLEROS EN LA EDAD MEDIA

Una tradición variable para el ingreso en el ordo caballeresco. José Manuel Rodríguez García

Aparecido en el nº de Mayo de 2006 de la revista Historia de Iberia Vieja

Las virtudes arman al caballero cristiano. En el apéndice catequético del Concordantiae Caritatis, de Ulrich of Lilienfeld. Budapest, Kegyesrendi Központi Könyvtár MS CX 2, fol 253r. 

El Orden de la caballería, que constituye un grupo nobiliar, fue primordialmente, y sobre todo en origen, el grupo militar de los protectores de la sociedad y la fe cristiana. Como decía Alfonso X en su segunda partida, el miles (que él traduce por caballero aunque en su sentido etimológico podría ser cualquier soldado), es un hombre especial, que al igual que Dios eligió entre los más duros para acaudillar militarmente a su pueblo contra Gedeón, es seleccionado por los monarcas y dirigentes, uno en mil, entre los más preparados física y moralmente, para soportar los peligros y esfuerzos que acarrea defender el código de la caballería, y convertirse en defensores de la ley (fe), la tierra y el rey (y por extensión del pueblo).

El ingreso en el ordo o clase de la caballería, aunque atestiguado al menos desde el s. XI, como un ritual, no tiene sus primeras plasmaciones doctrinales hasta finales del s. XII y, sobre todo, en el s. XIII. Ciertamente, y remitiéndonos a las fuentes documentales, debió de existir una evolución en la elaboración de este rito; en origen la imposición del cíngulo militar, a lo que habría que añadir diferencias locales, según se constata en diversas obras europeas.

En el siglo XI, el acto debió circunscribirse al aspecto más puramente militar, al acto de armarse con todas las armas, sobre todo la espada. A partir de la segunda mitad del s. XII se atestigua otro gesto fundamental en este rito, la "pescozada".

La "pescozada", o espaldarazo, era algo relativamente reciente para 1170, como lo refleja Lamberto de Ardres. Incluso el autor tiene que dejar claro que, por ejemplo, cuando el hijo de Balduino de Flandes, Arnulfo, con motivo de recibir la espada de caballero, en 1187, recibe la "pescozada" de su padre, el hijo no tenía que devolvérsela (la pescozada). Para España la primera referencia a la pescozada, aparece en el fuero de Cuenca, de principios del s. XIII. Sin embargo las fuentes no dejan claro en qué consistía esta pescozada, aunque lo más probable es que se tratase de una bofetada en la cara. De ahí se pasaría al espaldarazo o golpe en la espalda y finalmente al golpe de la espada en la cabeza del investido (ya en el s. XV)

Si bien el código caballeresco es bastante uniforme, al menos desde el s. XIII (en parte gracias a la homogeneidad de un grupo social con funciones bien definidas hasta entonces, el papel homogeneizador de las cruzadas y los libros de caballería -como el ciclo artúrico-), el rito no lo será tanto.

La segunda partida de Alfonso X (ca. 1280) junto con el Libro de la caballería de Ramón Llull son las obras de referencia que intentan fijar un ritual que se podría tomar como modelo.

Para el rey castellanoleonés los caballeros han de ser nobles de linaje (algo que luego variará con el tiempo). Los pasos a seguir serían los siguientes:

El aspirante, en primer lugar, debe pasar el día anterior en vigilia. Además debe estar vestido lo mejor posible, para lo cual será ayudado. Esa limpieza debe ser tanto física (paños y cuerpo), como espiritual. En curiosos hacer notar que Alfonso se toma la molestia en puntualizar que el ir limpio, y tomar los dos baños, (al principio de la vigilia y luego, antes de la propia ceremonia de la investidura) no implica un menoscabo de las cualidades varoniles del candidato, ni de su fortaleza, ni de su crueldad necesaria. En ese estado de recogimiento que debe ser el de la vigilia, se le informará de todo los trabajos y sufrimientos que ha de pasar al tomar la caballería. Acto seguido se pondrá a orar de rodillas, todo lo que pueda, pidiendo el perdón de sus pecados y la asistencia divina en la tarea que se le presenta. En cuanto a la vestimenta Alfonso X deja claro que antiguamente se hacía con toda las piezas armadas puestas (aunque no está claro si eso se mantiene en su ceremonial). Eso vendría a explicar la anotación de que posará de hinojos todo lo que sufra, ya que no era nada cómodo arrodillarse y mantenerse en esa postura completamente armado.

Así se supone que también pasaría la noche. En la mañana de la investidura se volvería a arreglar y descansaría brevemente en una cama. Acto seguido pasaría a oír misa.

Una vez concluida se presentará el que le ha de armarle caballero y le interrogará si está dispuesto a la investidura. Ante la respuesta afirmativa le ayudará a calzarse las espuelas, y le ceñirá la espada.

Una vez concluido todos los preparativos previos, y con la espada desenvainada se trasladará, si hace falta, al lugar de la ceremonia donde procederá a realizar un juramento triple: no dudar en morir por su ley (fe cristiana), por su señor natural, y por su tierra. Juramento que a veces so obviará más tarde.

Una vez pronunciado el juramento se le da la pescozada, para que no olvide lo que ha jurado. Al tiempo, los oficiantes y el postulante pedirán Dios no se lo permita olvidarlo. EL penúltimo acto es el beso (en el siglo XII se especifica que es en la boca) que se dan el nuevo caballero y quien le ha dado la pescozada, como símbolo de fe y de paz. Lo mismo hacen todos los caballeros presentes en señal de hermandad.

EL siguiente rito es el de ceñir la espada. Recordemos que la espada había quedado desenvainada. Ahora, el que se llamará padrino, será el que le ciña de nuevo la espada al caballero novel. Este padrino puede ser su señor natural, un caballero honrado o un caballero bueno de armas. Por último ya sólo quedará festejarlo con un gran banquete e incluso con algún torneo (aunque lo prohibiese la iglesia), coincidiendo con fechas señaladas en el calendario.

Conforme pase el tiempo ese ritual se va a simplificar en gran medida. EN parte por lo costoso de todo el ceremonial, en parte por el ingreso de pecheros (que además de estar imbuidos de ciertos ideales noble-caballerescos, buscan la confirmación de la exención del pago de impuestos al entrar en este orden nobiliar), y en parte porque cada vez se atestiguan menos ceremonias urbanas.

EL ceremonial para fines del s. XIV y el s. XV se ha reducido a ciertos puntos básicos. La limpieza y riqueza en la vestimenta del postulante y oficiantes. La vigilia de armas durante la noche (si es posible en una iglesia y si no, no importa) y, por último, el espaldarazo con la espada, que se ciñe el nuevo caballero.

Las armas, y la espada, no sólo se supone que son las herramientas básicas del nuevo caballero, sino que tienen una profunda simbología, que todos los manuales, incluido los de ingreso a las ordenes militares, se encargan de reseñar. Incluso físicamente, por dónde se colgaba la espada, se debería poder distinguir a un caballero de otro que no lo fuera, o un escudero. Así, el caballero la llevaría ceñida a la cintura, mientras que los escuderos la llevarían al cuello (al menos hasta principios del s. XIV). Otro rasgo distintivo sería el de las espuelas, siendo las de los caballeros de oro, y de plata las de los escuderos.

Desde fines del mismo s. XIII, el número de investiduras cae considerablemente. La explicación suele ser económica. El armarse caballero era un negocio extremadamente caro, sobre todo para el caballero novel, pero también para el oficiante.

La máxima decía: "no todos los nobles son caballeros, pero todos los caballeros deben ser nobles". Ahora bien, desde fines del s. XIV se atestigua la incorporación de pecheros (burgueses, comerciantes, sin nobleza de linaje), en el ordo ecuestre. El acto les confiere el título de hidalguía, pasan a formar parte de la nobleza. Pero la nobleza tradicional, y más aquellos que siguen creyendo en los valores tradiciones del orden de la caballería, se mostrarían profundamente contrariados. Así, Pero Niño, el famoso protagonista de la crónica del Victorial, y otros nobles afines se ocuparán de recalcar, no sin cierta amargura: "no todos los que ciñen espada son caballeros". Con ello se refería al cada vez más reducido grupo, que dentro de los "caballeros", seguían creyendo y obrando según el antiguo ideal, el de una caballería cuya máximo valor era la fidelidad y el sacrificio militar.


El reino de los cielos. Una de cal y otra de arena.

En la última película de Ridley Scot aparecen dos actos de amar caballeros (ca. 1185). Uno, individual, donde Balian de Ibelin es armado caballero por su propia padre a punto de fallecer. El otro, colectivo, en vísperas de la gran batalla por la defensa de Jerusalén. El acto individual está más o menos bien representado. De hecho, la bofetada que se le propina al postulante como rito de iniciación está bien atestiguada en fuentes contemporáneas (s. XII). Es una de las variantes del espaldarazo o pescozada. El nombramiento de caballeros en un acto colectivo no era infrecuente en vísperas de una gran batalla (o después de ella). En la película se usa el episodio documentado del nombramiento de caballeros de los defensores de la ciudad santa, pero lo que en la película se muestra como un acto "democrático", se arma caballero a cualquier persona incluso siendo siervo del obispo para acentuar la crítica eclesiástica, en las fuentes contemporáneas (s.XII) se deja claro que Balian sólo armó caballeros, con carácter de urgencia, a los hijos jóvenes de nobles y algunos burgueses destacados de la ciudad, nada de acto democrático con respecto a los villanos.


Caballeros y escuderos... Cómo se hace un caballero

Nadie nacía caballero. Había que investirse, lo que suponía un necesario entrenamiento durante la niñez y la juventud. La preparación era principalmente física: pesas, manejo de armas, equitación; sin olvidar otros valores como la devoción, la disciplina, los buenos modales y otras materias cortesanas. Lo habitual en el ámbito europeo es que se enviasen a los hijos (sobre los once años) a casa de un pariente o un señor con relación natural, o a una corte extranjera, para que realizara su aprendizaje como escudero, algo que solía llevar varios años. Por cierto, no parece que hubiera una edad mínima para ser caballero. Se estipulaba claramente que quien invistiera tenía que tener como mínimo catorce años, pero no se comenta nada del investido. Lo normal sería contar con esa misma edad pero no es raro encontrar investiduras de personajes más jóvenes, sobre todo a partir de los 12 años, edad que en Castilla se consideraba la mínima para ir a la guerra (según las fuentes, realmente, entre los 12 y los 17 años era la edad mínima). Límite de edad que parece ser más precoz que el que aparece en fuentes extrapeninsuales, ya que en Francia se tomaba como mínimo los 19 años.

El escuderaje podía ser bien como escudero, paje, entendiéndolo como un joven noble aún no caballero, o un peón de armas (casi siempre de origen inferior), al servicio de un caballero en las campañas de guerra o en el castillo. Esta etapa, además de entrenamiento personal, servía para forjar amistades que le pudieran ser útiles al futuro caballero, así como a reafirmar vínculos entre varias casas.

Pero ya desde la niñez el entrenamiento era necesario (sobre todo a partir de los 7 años). Este entrenamiento se realizaba de forma consciente, como algunas habilidades intelectuales (los "studia literarum", normalmente sobre escritos religiosos), y cortesanas; como inconsciente, lectura de hazañas caballerescas, juegos. algo que, por otra parte, continuaría durante toda su vida adulta, de una forma u otra. En la última etapa de la formación del joven se harían especial referencia a su formación militar y ecuestre, ayudado por largas jornadas de caza.

Para saber más:

J. Fleckenstein, La caballería y el mundo caballeresco. Madrid, 2006.

M. Keen. La caballería, Madrid, 1986.

J. Flori. Caballeros y caballería. Madrid, 2001.

J.D. Rodríguez Velasco, El debate spbre la cabllería en el siglo XV. Valladolid, 1996

N. R. Porro Girardi. La investidura de armas en Castilla. Valladolid, 1998.

M.C. Quintanilla Raso, Nobleza y caballería en la edad media, Madrid, 1996.

J. Boulton. The knights of the Crown, Brewer, 1986

M. Barber. The Knight and Chivalry (1970). Nueva edición corregida Woodbridge, 2000.

 

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