INTELIGENCIA MILITAR EN LA EDAD MEDIA.

I. ESPÍAS

JOSÉ MANUEL RODRÍGUEZ GARCÍA (2006)

 

LA OBTENCIÓN DE INFORMACIÓN

Para algunos irónicos los términos inteligencia militar son radicalmente antagónicos... y sin embargo la profesión de la milicia siempre ha reconocido indispensable contar con buenas fuentes de información, tanto para controlar las fuerzas de uno mismo como para saber la del contrario, así como su disposición y composición, y el terreno a pisar. Esa información se puede obtener por medio de varias vías, y su explotación puede ser igualmente variada e imaginativa. Cuanto más especializada fuera la persona encargada de llevar a cabo esa tarea, más probabilidades de éxito tendría la misión.

La gran fuente militar clásica empleada con profusión en la Edad Media es el De Re Militari de Flavio Vegecio (ca. 400, centrada en táctica de infantería romana y operaciones de asedio). Aunque no hay ningún capítulo dedicado a acciones de comando o sabotaje sí se reconoce la importancia de la recogida de información y la inevitable y necesaria presencia de los espías. Incluso da una receta para capturar a un espía que se haya colado en el campamento propio: llamar a retreta a todos los soldados para que se reunieran en sus respectivas tiendas. Así, el espía se quedaría expuesto al no tener donde guarecerse... lo cual era ya difícilmente aplicable en su época y totalmente inútil en el medioevo habida cuenta de la heterogeneidad de las tropas, y el relativo caos de los campamentos medievales. POr otra parte, el otro libro clásico, el Strategemata de Frontinus (ca. 100) sí dedicaba un par de capítulos a la obtención de información y el espionaje.

Aunque en el mundo cristiano medieval occidental hay ejemplos del uso de espías es, sin duda alguna, en las fuentes orientales, tanto bizantinas (como el Pracepta militaria de Nicero Focas, o la Táctica, de Nicéforo -veanse las ilustraciones del mss Skylitzés de la BN Madrid), como musulmanas donde se encuentra un mayor interés por describir este tipo de actividades. Los manuales militares en árabe, conocidos como “furusiya”, suelen incluir importantes capítulos sobre espionaje y uso de la información (obtención de la misma, engaños y tretas, uso de agentes infiltrados para levantar animadversiones entre las filas o la población enemiga, etc). Además, en el caso de las cortes islámicas, solía haber un ministro del Diwan encargado específicamente de la red de espías (interna y externa). Por cierto, al igual que Vegecio daba su receta para descubrir espías, un libro del arte de la guerra andalusí da la suya para descubrir infiltrados. El sistema se basaría en fijarse cómo empuñaban los arcos ya que, según parece, cada etnia tendía a sujetarlos de una forma diferente.

En el mundo de la inteligencia militar, y ya en la Edad Media, se puede distinguir, y hay ejemplos de ello, aunque no se pueda hablar de manuales al uso o una categorización propia en su época, entre el espionaje puro (recogida de información, de forma encubierta, y propagación de rumores desestabilizadores en el exterior), el contraespionaje (interior) y las labores de desinformación, es decir la facilitación de información aparentemente veraz pero que en realidad es falsa. De ello último tenemos un ejemplo muy claro en el conflicto entre Pisa y Génova cuando el almirante genovés dejó atrás a uno de sus navíos, el cual, bajo la apariencia de comerciante neutral, proporcionó falsa información a la flota pisana perseguidora, consiguiendo así desviarla, allá por mediados del s. XIII.

Centrándonos en la Península Ibérica, durante los primeros siglos del Al-Andalus los dirigentes musulmanes parecen haber tenido cierta predilección por el empleo de espías cristianos, frecuentemente bajo la cobertura del comercio. Igualmente, la conocida literatura de viajes árabe, ayaib, estuvo parcialmente motivada porque los viajeros tenían que recoger información útil desde el punto de vista geopolíticomilitar (como el caso de la rihla del valenciano Ibn Yubair, ca.1217). Pero el enemigo no sólo era el cristiano. También se conocen las labores informadora y desestabilizadora de ciertos espías dentro de Al-Andalus que trabajaban para otros poderes musulmanes como los califatos abbasí y fatimí. Se sabe que éstos últimos estaban detrás de la red montada por Abu l-yasir al-Riyadi y continuada por Ibn Harun al.Bagdadi, quienes trabajaban bajo la cobertura de prósperos comerciantes.

El peligro no sólo venía de fuera. Al-Hakam (796-822), siempre preocupado por posibles revueltas internas fortaleció el servicio de espionaje interior, además de disponer, de forma permanente en las puertas del palacio, de casi mil jinetes. A ello se sumaba la medida de contar con tropas esclavas-eslavas y mercenarias (cristianas) que, teóricamente, sólo respondían ante él. El fin era evitar la sedición y asegurar una estabilidad para el emirato. Lo cierto es que no parece que tuviera mucho éxito, habida cuenta que en su época estalla la famosa revuelta del arrabal de Córdoba (818). El califato cordobés ya gozaba de un excelente servicio de espionaje y, al final del mismo, Almanzor volvería a reforzar el sistema de informadores y espías, lo cual le supondría una sustanciosa ventaja a la hora de enfrentarse con posibles desavenencias internas (recordemos que no era el califa legítimo), y preparar sus exitosas campañas contra los cristianos. Para fines de mayo recibía noticias de sus espías e informadores en los territorios cristianos que le informaban de la situación sociopolítica de los mismos y el estado de sus tropas.

Mientras, en los incipientes reinos medievales cristianos no parece que existiera una centralización de tales servicios de información, compartiéndose dicha tarea entre el rey, el canciller y otros personajes relevantes de la frontera. Alfonso II (759-842) el casto fue uno de los primeros que impulsó el establecimiento de una red de informadores casuales y espías profesionales. Como el propio Ramon Muntaner reconoce en su famosa crónica, donde narra los principales hechos de la corona aragonesa desde 1205 hasta 1328,  al nombrarle el rey señor de la fortaleza de la isla de Djerba (Túnez) era el encargado de todo el sistema de espionaje de la zona, labor facilitada por su dominio del árabe. Durante la baja Edad Media, con una frontera más o menos asentada, los principales concejos de la frontera también disponían de informadores y espías en campo enemigo con la misión de facilitar sus movimientos. Sin embargo, y en general las fuentes cristianas parecen atribuir una mayor facilidad de infiltración de elementos prosulmanes entre sus filas que al revés.

En todas las épocas y frentes se ha hecho patente la necesidad de contar con “inteligencia militar” táctica, es decir, información sobre el enemigo en las proximidades, especialmente justo antes y durante la campaña. Ello se lograría a base de operaciones de descubiertas (protección vanguardias y flancos), y puestos de atalayas y escuchas (fijos y móviles). Todo ello así aparece referido en varias crónicas y espejos de príncipes. Según nos refiere la segunda de las Siete Partidas alfonsíes (ca. 1280) esta labor de recogida de información está controlada por el adalid, el jefe o máximo especialista de las operaciones militares en la frontera, experto conocedor del medio en que deben moverse las tropas. El adalid no sólo se preocupa de recoger información, sino también de dirigir las tropas en campaña (como guía militar experto), y de evitar ser sorprendidos por el enemigo. De ahí también el interés que muestran los fueros locales, como el de Plasencia o Burgos, en premiar la captura o eliminación de adalides enemigos, bien en operaciones de comando, en una especie de asesinatos preventivos selectivos, o bien como parte de la campaña. Es interesante destacar que lo que realmente premian mejor estos fueros es la captura del adalid. La muerte de los mismos se la reservan los concejos una vez hayan podido extraer todo la información posible del adalid enemigo; tanto sobre las tropas o territorios contrarios, como sobre lo que el contrario conoce sobre las fuerzas de uno mismo.

Gracias a fuentes de la corona de Aragón sabemos que los reyes tenían una red de informadores casuales y espías profesionales repartidos por amplias zonas, tanto en el campo como por las ciudades, al menos desde el s. XIII. Estos espías podían ser tanto hombres como mujeres (en la Gran Conquista de Ultramar se hace referencia a varias de ellas, así como en otras fuentes peninsulares); tanto gente del pueblo como nobles, a los que ocasionalmente el rey le mandaba en este tipo de misiones (bien directamente, bien bajo cobertura diplomática, o a veces haciéndose pasar por renegados). Así, como cuenta la autobiografía de Jaime I, Don Blasco de Alagón pudo proporcionar informes de primera mano a su rey a la hora de decidir el ataque sobre Valencia (1245). Dicha información la había recabado “durante más de dos años, cuando me mandasteis fuera de vuestras tierras”

En realidad hay varias profesiones especialmente dadas a la recogida de información, además de los espías a tiempo completo: comerciantes, mensajeros, embajadores alfaqueques, mercenarios y pastores. Éstos últimos aparecen con relativa frecuencia, tanto en textos islámicos como cristianos, aportando la pista fundamental, conocimiento del terreno, para una maniobra exitosa, caso de Las Navas (1212) a favor de los cristianos, o Alarcos (1195) en pro de los almohades. La cobertura bajo actividades comerciales fue la mejor tapadera para recabar información general. Por otro lado, los alfaqueques, por su profesión de intermediar en los acuerdos de liberación-intercambio y rescate de cautivos a ambos lados de la frontera entre confesiones en nuestra península (necesariamente conocedores de ambas lenguas) también se encontraban en una óptima posición para recabar cualquier tipo de información. Bien es cierto que los fueros locales cristianos son muy conscientes del peligro que suponían los falsos alfaqueques, tanto por la posibilidad de estafa como por la de filtrar información.

En realidad las embajadas diplomáticas, o bajo la cubierta de mensajería también se podían utilizar para realizar espionaje. Lo cuenta la Crónica de Alfonso X al narrar el desastre de Algeciras (1278). Los cristianos habían logrado cercar la ciudad por tierra y mar. Los merines norteafricanos no se atrevían a intervenir sin conocer el estado exacto de la flota cristiana. Así que enviaron una galera con emisarios, con bandera de paz para, teóricamente, parlamentar con el almirante cristiano. Sin embargo, disfrazados como marineros iban algunos de sus principales capitanes que pudieron tomar buena nota del estado de la flota cristiana. El resultado es que estos capitanes recomendaron el ataque; y la flota cristiana, falta de hombres, fue eliminada. Por su parte, Alfonso X contrataría los servicios de un tal Bonamicum (quizás Henricum Barletti) para informarse de los mongoles. Claro que Jaime I de Aragón tenía sus propios recaderos con los mongoles.

La crónica de Juan II también nos narra otro complot descubierto. En este caso el infante don Fernando había sitiado Antequera. Tras un intercambio de misivas el rey granadino envía a un embajador especial con nuevas cartas, pero con la misión secreta de obstaculizar el sitio por el medio que fuese. Este embajador tramó un plan que consistía en plantar una serie de artefactos incendiarios para quemar el sitio real, una vez que él ya lo hubiera abandonado. La crónica nos cuenta que estos artefactos eran poco más que recipientes con paja, alquitrán y brasas que tendrían ese efecto retardado, a la vez que dificultarían el descubrimiento de la razón verdadera del incendio. El complot sería descubierto al confiarse este embajador a otros moros conversos castellanos.

El espionaje también se da entre los reinos cristianos y es algo consustancial a las “labores diplomáticas” de la época (por no decir de todos los tiempos). Ciertamente los enviados o embajadores no se limitan a transmitir mensajes, sino que tienen una labor fundamental de recogida de información, y así podemos recorrer los despachos secretos que mandaba Diego de Valera desde Inglaterra y Francia. Valera fue diplomático, hombre de armas, literato, heraldo y espía al servicio de varios monarcas castellanoleoneses del s. XV; acabando sus servicios ya bajo el reinado de los reyes Católicos. Ciertamente conocemos mucho más nombres propios de espías “profesionales” entre los años 1460-1560 que en los cinco siglos anteriores. Probablemente ellos se deba a dos motivos: la supervivencia de una mayor cantidad de documentación desde la creación y mantenimiento de los grandes archivos reales a fines del s. XV, aunque el archivo de la corona de Aragón es una inagotable fuente de información desde el s. XI. Y por el hecho de que en las crónicas medievales raramente aparecen los nombres de los espías, tanto por desconocimiento (aunque sí se reconoce su labor), como porque una buena parte fuera gente del pueblo sin mayor interés como, por qué no, discreción. Es curioso comprobar que conocemos a un buen número de espías de esos últimos años gracias a cartas de protesta reclamando sus pagos…

Por su parte, los mensajeros no sólo podían tener o no tener paso franco, sino que se arriesgaban a que si el mensaje que transportaban fuera especialmente doloso o secreto fueran eliminados a la hora de entregarlos (caso raro en la Edad Media hispana). También es bien cierto que los mensajes podían ser interceptados, lo cual, frecuentemente, solía llevar a la eliminación del mensajero. Eso fue lo que les ocurrió a los diferentes correos (unos “enaciados”) que iban desde Córdoba a Toledo informando de cambios en la corte leonesa (muerte del rey Sancho), y que un noble leonés interceptó y decapitó para evitar que su señor (el desposeído Alfonso), refugiado en Toledo y ahora nuevo rey, pudiera pasar directamente a manos musulmanas. También parece que Jaime I interceptó algunos enviados de la secta de los asesinos y de los mamelucos, a Alfonso X. En este último caso no los mató, ya que habría supuesto una complicación más, pero sí los retuvo lo suficiente para evitar cualquier posible trato del castellano en un momento en que el aragonés tenía sus propios planes para oriente.

Dejando a un lado esas profesiones mencionadas parecieron existir una serie de grupos humanos en nuestra península medieval especialmente ligados a este mundo. Estos serían los enaciados, los golfines y los elches.

El enaciado, sería un 'súbdito de los reyes cristianos españoles unido estrechamente a los sarracenos por vínculos de amistad o interés'. Menéndez Pidal dice que incluso podían llegar a constituir auténticos pueblos (de hecho hay uno en Cáceres, en una zona montañosa, cerca de EL Gordo). Estos elementos, o población, serían frecuentemente usados, principalmente por los poderes musulmanes, como espías y mensajeros, gracias a su posición fronteriza y conocimiento del medio y las lenguas. Fueros cristianos como el de Béjar y Plasencia también premian la entrega de cabezas de enaciados.

Los golfines compartirían con los enaciados rasgos de bandolerismo, y ser gente de la frontera. Sin embargo los golfines, sin excepción, son denostados por todos los poderes, tanto cristianos como musulmanes a ambos lados de la frontera, aunque originalmente parecen provenir de los reinos cristianos del norte. Asentados en las serranías al sudeste del Tajo, en la frontera entre Castilla, Aragón y los reinos musulmanes del sur, allá por los s. XII-XIV eran gente peligrosa y difícilmente controlable por nadie. Contra ellos se dirigirían varias campañas punitivas por diferente dirigentes, sin conseguir una solución definitiva hasta el s. XV.

            Por otro lado, lo elches, o renegados como se les llama algunas veces, en muchos casos parece tratarse de mercenarios cristianos desnaturalizados y que conforme pasa el tiempo se han acostumbrado a los usos y religión musulmana, aunque parecen haber mantenido una identidad propia. Sin embargo hay que destacar que este término cambió de significado a lo largo de la Edad Media. En realidad, los renegados de una y otra fé, no tuvieron problemas en servir a sus nuevos señores en labores militares o de espionaje.

            En cuanto a los medios que se podían usar para pasar la información tenemos de los más variado, desde las famosas cartas partidas por “ABC” (cartas duplicadas en un mismo gran pergamino que se corta por la mitad a través de esas tres letras en grande que lo dividen y que permitiría comprobar la autenticidad de la segunda parte una vez se reunieran), pasando por códigos de encriptación básicos (ya conocidos en Roma), escritura con tintas especiales, correos dobles, el empleo de palomas, etc.

 

II. COMANDOS

 

La información que requiere y, a su vez facilita, la inteligencia militar, para promover la maniobra general, a veces se traducía en el planeamiento de ataques puntuales a personas o infraestructuras enemigas especialmente importantes para el enemigo, lo que denominaríamos objetivos sensibles.

ACCIONES DE COMANDO

En realidad la Biblia es la primera fuente que recoge cómo se selecciona a un grupo de élite y en qué operaciones de comando se les puede emplear, y lo vemos así en diferentes referencias en los libros de Jueces, Macabeos, etc.

Durante la Reconquista un ejemplo de cuerpo de élite serían las tropas caballerescas de las órdenes militares. Eran un cuerpo permanente, minoritario dentro del ejército real, constituido por tropas seleccionadas (un caballero se forma durante muchos años), altamente entrenadas, motivadas y equipadas. Y sin embargo, aunque las pudiésemos considerar como tropas de choque, de primera línea, casi no protagonizaron acciones que hoy llamaríamos de comando.

Otro caso es el de los llamados "almugavares". Éstos no sólo eran las famosas tropas navarroaragonesas que protagonizarían grandes hechos en el Mediterráneo, sino que era un nombre genérico con que se designaba a ciertas gentes y tropas de la frontera peninsular con el musulmán (todo a lo largo de ella), especialmente curtida y conocedores de la guerra y el relieve donde se movían. Se podría decir que eran un óptimo caldo de cultivo para extraer elementos para las acciones especiales, encubiertas o no.

Entre las operaciones de comando podríamos encuadrar a aquellas misiones destinadas a la obtención de  información táctica del interior del campo enemigo, el sabotaje, los asesinatos selectivos, y los golpes de mano, tanto terrestres como anfibios (ver las hazañas de Pero Niño en el Victorial). Muchas veces tienen el carácter de operaciones nocturnas; por lo general en pleno frente, o tras las líneas enemigas, aunque ciertamente el establecer un límite claro entre los reinos medievales o en el transcurso de una campaña es algo difuso. Su fin último puede ser variado, desde tomar una plaza determinada (o un punto neurálgico de la misma), romper el frente de manera subrepticia, a desmoralizar al enemigo.

En la península Ibérica se encuentra con cierta frecuencia referencia a dos tipos de operaciones de comando, por lo general dentro del grupo de golpes de mano: las escaladas y las encamisadas

Las encamisadas se llaman así porque son llevadas a cabo por tropas seleccionadas que se desarman, a excepción de una daga y quizás una espada corta, quedándose en mangas de camisa. Lo hacen así para evitar cualquier ruido o reflejo que pudieran provocar las piezas de armadura u otras armas. Suelen ser operaciones nocturnas, por lo que es normal teñir igualmente las camisas, y frecuentemente aparecen estas tropas vadeando ríos a nado para tomar posiciones en la ribera contraria y atacar puntos sensibles del enemigo.

Las escaladas se autodefinen. Son acciones que tienen por características la escala de torres, murallas o castillos con el fin de tomarlos. A veces estas subidas se hacen con el consentimiento de alguno de los centinelas (previamente sobornados) que dan acceso a escaragaitas o puertezuelas ocultas en la base de las torres o matacanes. La mayor parte de las veces, sin embargo, se hacen sin el consentimiento del enemigo, de forma nocturna.y con alevosía… Estas escaladas eran llevadas a cabo por grupos especiales de escaladores, hábiles y robustos. Las fuentes locales nos hablan que al igual que hay ballesteros o lanceros, también suele haber unos cuantos personajes en cada núcleo especialista en este tipo de peligrosas escaladas. Tienen que hacerlas sin otra ayuda que sus manos y una cuerda (a veces con garfio), que luego soltarán para que puedan subir refuerzos. Por lo general atacan puntos sensibles de las plazas, como las torres que guardan las puertas, u otras torres cerca del alcázar, para un ataque sorpresa en profundidad. Otras veces, sin embargo, tiene que conformarse con asaltar cualquier parte de la muralla para intentar establecer una cabeza de puente.

Un ejemplo de ese tipo de acciones sería la toma de Córdoba (1236) quizás algo extraordinario por el tamaño de la plaza. Esta acción fue una iniciativa particular de la gente de la frontera, sin el conocimiento previo del rey. Como narra la Primera Crónica General unos fijosdalgo, adalides y almogávares se internaron en cabalgada en las tierras de Córdoba con la buena fortuna de coger prisioneros. Estos les informaron que la ciudad estaba bien guarnecida pero que si les perdonaban la vida les mostrarían cómo introducirse. Efectivamente acordaron que les señalarían un punto de uno de los arrabales, el de la Axarquía, para la escalada. Mientras, los cristianos prepararon escaleras, que, por el lugar indicado, permitió introducir a un puñado de combatientes en mitad de la noche, después de que un escalador se cerciorara de la maniobra. Tras acabar con los centinelas de esa parte de la muralla mandaron un mensaje urgente al rey, indicándole su desesperada situación. Fernando III en cuanto recibió las noticias reunió a toda prisa las tropas que pudo y se dirigió a ayudar a esos infiltrados y sitiar Córdoba. Al final la plaza fue conquistada, en buena medida gracias a esta inesperada acción fronteriza.

Los asesinatos selectivos son conocidos desde la antigüedad, no es algo que sólo veamos en nuestros días. Aunque en la península ibérica no existió ningún poder o secta equiparable a la de los asesinos en Siria (finalmente eliminados por los mongoles a mediados del s, XIII) y que hicieron del terrorismo de estado (por medio de asesinatos selectivos) una carta de presentación, el hecho es que se producen asesinatos en un contexto de enfrentamiento bélico. Evidentemente no hablamos de ejecuciones más o menos públicas, sino muertes llevadas a cabo por “especialistas” para eliminar a un enemigo político, a veces como otra “herramienta diplomática”

Al-Turtusi, ofrece una versión detallada de la muerte de Ramiro I, y cuenta que después de la derrota del ejército islámico de Zaragoza a sus manos, Al-Muqtadir llamó a un musulmán que sobrepasaba a la sazón a todos los otros guerreros y se llamaba Sadada. Para aliviar la derrota se vistió como los cristianos y como hablaba muy bien su lengua, “vivía en sus vecindades”, pudo penetrar en el ejército de los infieles y aproximarse a Ramiro, que armado de pies a cabeza tenía la visera bajada de suerte que sólo dejaba ver los ojos. Encontrando la ocasión se precipitó sobre él y le hirió en un ojo de una lanzada. Sada se puso a gritar “en romance”, el rey a muerto, lo que provocó la dispersión de su ejército. Las crónicas cristianas son ambiguas atribuyendo unas la muerte a los moros y otras o las tropas enemigas cristianas. En cualquier caso es un buen ejemplo de este tipo de asesinato selectivo llevado a cabo por lo que definiríamos hoy comando, con un fin desestabilizador o desmoralizante.

            Por otro lado estos especialistas de los que hemos hablado, bien fueran espías o comandos, también podían disponer de cierto armamento específico, más allá de las dagas envenenadas. También hay ejemplos de muertes por contacto con ropas envenenadas por venenos que actúan sobre la piel; método al que parecían estar muy apegados los poderes musulmanes…Y, por supuesto ya hay antecedentes de los famosos gadgets o cachivaches tipo James Bond. Por ejemplo se sabe de un tal Juan Roquetas, “maestroballestero” y vecino de Llagostera (Gerona), que trabajaba para el rey Alfonso V (ca1419) construyendo ballestas miniaturizadas, y que eran capaces de ocultarse y disparar desde las mangas del asesino. Parecidas, e igualmente de acero, serían las que haría un mudéjar de Barcelona y que impresionaron al rey Renato de Anjou (1467-1470), pequeñas mas de gran alcance (como es lógico el armero se negaba a contar a nadie su secreto)

Las cabalgadas es un tipo de acción militar bastante común en el medioevo. Por sí mismas no se pueden considerar acciones de comando, ya que, como hemos dicho, es una praxis más o menos normal, llevada a cabo por tropas fronterizas heterogéneas, principalmente caballería, que se internan en territorio enemigo para conseguir botín (material o humano), talar los campos contrarios o realizar otro tipo de acciones punitivas (muy raramente desembocan en la conquista de territorio). Sin embargo algunas de estas cabalgadas pueden adquirir el rango de operaciones de comando cuando las componen un grupo más homogéneo y curtido de combatientes que se internan profundamente en el campo enemigo con el fin de obtener prisioneros (ya hemos comentado que los fueron locales premiaban la captura de los adalides enemigos) o dañar infraestructuras. Suelen ser operaciones de pocos días y normalmente se mueven por la noche. El gran peligro de las cabalgadas, en cualquier caso, siempre fue el camino de vuelta, cuando el factor sorpresa había desaparecido y podían estar ralentizados por la carga del botín.

Musulmanes fingiendo pactar con cruzdos en Ts mientras preparan ataqueHay acciones es que se mezclan las misiones de espionaje, sabotaje y asesinato. El reinado de Alfonso X de Castilla-León nos ofrece una buena muestra. En una ocasión, el rey Alfonso se quejó de que los mudéjares de su reino habían planeado su gran revuelta (1264) con el apoyo secreto de Granada. Elementos musulmanes o mudéjares infiltrados en el campamento castellano no solo informaban a sus correligionarios, sino que estuvieron a punto de acabar con la vida del rey justo al inicio de la rebelión, algo previamente planeado y que hubiera supuesto un fuerte impacto a la moral cristiana. Por cierto, Jaime I de Aragón también se libró de un par de atentados de este tipo.

En fin, hemos visto como una serie de acciones que algunos podían considerar como propias de las Edad Moderna ya eran conocidas y practicadas en el medioevo. Quizás no tuvieran James Bonds o cuerpos de Boinas verdes, pero eran igual de efectivos, a su manera.

Con nombre propio

Diego de Valera (1412-1488) descendía de una respetada y renombrada familia conquense. Ascenderá de la nobleza local a codearse con los reyes, y su hijo, Charles, comandará la expedición castellana contra Guinea (1476). Diego fue un hombre de letras, un humanista, un hombre de armas, un hábil diplomático y un capaz espía, aunque a veces cae en malentendidos comunes en su época, como repetir lo de la mágica transformación de los gansos en algún lugar al sur de Escocia. Su vida caballeresca y sus labores diplomáticas en representación de los reyes castellanos, desde Juan II a Isabel I le llevarán por Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio y hasta Dinamarca. Hablaba con fluidez el latín y el francés (los lenguajes diplomáticos de la época) y tenía conocimientos de inglés y griego. Aunque muy respetado por su formación humanística no dejaba de ser un caballero y buen aficionado a los hechos de armas, participando en torneos y batallas (como las de Toro e Higueruela), y escribiendo manuales al respecto como su famoso Tratado de las armas, rieptos y desafíos, y traduciendo del francés El árbol de las batallas. Escribió crónicas de los reinados de Juan II, Enrique IV e Isabel I; así como otras muchas obras de carácter didáctico y moralizante. Una buena parte de los informes secretos enviados por Diego a los reyes católicos han sido editados en la obra Epístolas y otros tratados, de Diego de Valera.

Bellido Dolfos

Bellido Dolfos es para uno un héroe, fiel servidor de su señor, y para otros un villano traidor. Lo mismo que se diría hoy de cualquier agente doble. La historia es conocida. A la muerte de Fernando I, el reino leonescastellano se divide. Sancho II, que no está de acuerdo con la división, pone sitio a la ciudad de Zamora en 1072, bajo el dominio de su hermana Urraca. A dicho sitio también acudiría un infanzón, con fama creciente, Rodrigo Díaz de Vivar, al servicio del rey castellano. La obra épica y el romancero nos cuentan cómo el noble leonés, Bellido, acude al campamento castellano y se ofrece a mostrar al rey Sancho una entrada secreta a la ciudad, que le permitiría su fácil conquista tras más de seis meses de asedio. El rey accede y le acompaña para inspeccionar el lugar. En mitad de la vuelta al rey le entra una necesidad perentoria y le pide a Bellido que le sostenga sus armas mientras el se acomoda, momento que aprovecha el zamorano para atravesarle por la espalda. El grito alerta al campo castellano y el Cid sale en persecución de Bellido, pero este logrará refugiarse en la ciudad. Sin embargo no todas las fuentes medievales son homogéneas en su descripción de los hechos. Para algunas fuentes el rey fue muerto durante una salida protagonizada por los defensores, contra el campamento. Para otros el rey, efectivamente, se encontraba alejado del campamento para hacer sus necesidades. Es cierto que los sitiados suelen protagonizar salidas para intentar abastecerse, destruir los ingenios enemigos o para comprobar la fuerza de los sitiadores, ya sería mala suerte que el rey hubiera muerto dentro de su propio campamento. En caso contrario el rey habría sido imprudente, ya que una de las máximas de cualquier manual es no alejarse del campamento más allá de la vista y siempre acompañado. Es cierto que si a uno le apretaba la naturaleza iría solo, pero en el caso del rey debería haber contado con escolta. La otra hipótesis requiere que el rey accediera voluntariamente a acompañar a un traidor para inspeccionar un portón escondido. La verdad es que tampoco era el primer caso, ni sería el último, en que los sitiadores cuentan con ayuda interna para poner fin a los cercos. Tampoco está claro el fin de Bellido, para unos sería protegido por Urraca y luego huiría de la ciudad. Para otras fuentes sería ajusticiado como traidor siendo su cuerpo desmembrado por cuatro caballos, y, para otros, sucumbiría ante la venganza en duelo de los castellanos.

 

En cuanto al Cid

 Hay múltiples, variadas y contradictorias fuentes respecto al Cid, con importantes saltos entre la realidad histórica y la leyenda épica. Las mejores obras actuales sobre este personaje son las de Gonzalo Martínez Díez y José Luis Corral. Dejando a un lado esta disquisición historiográfica, es totalmente inconcebible suponer que el Cid consiguiera todas las victorias que se le atribuyen, muchas veces en clara inferioridad numérica, sin contar con un buen servicio de información. Todos los reyes de su época disponían de ello. Parece lógico que un capitán de mercenarios con aspiraciones también contara con él, al menos para conseguir información táctica. También parece que sabía todo lo que se tramaba en las pequeñas cortes peninsulares de la época. El cantar épico nos habla de la inteligencia sicológica del Cid, que sabe tratar a sus señores y rivales. Un ejemplo es cuando en vez de lanzar piedras arroja pan a los pobladores de Valencia, sabiendo lo necesitado que estaban, ganándose así su favor y facilitando la toma de la ciudad. También hemos comentado cómo la legislación foral es muy consciente del peligro de filtración de información, imponiendo por ello series restricciones a la presencia de musulmanes en las zonas más sensibles de las villas. Y así, cuando el Cid se ve cercado en la recién tomada Alcocer y prepara una salida por sorpresa se enfrenta a dicho dilema. Su solución es radical: expulsar a todos los habitantes de la villa para evitar esa posible filtración de su plan (y de paso quitarse de encima unas cuantas bocas que alimentar). Por otro lado las fuentes nos narran numerosas argucias de las que hizo uso don Rodrigo, sintiendo una especial predilección por las emboscadas y golpes de mano

 


La página sobre el medioevo de Ana y José Manuel