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Publicado en EL PAÍS el 27 de junio de 2000

CRAIG VENTER
Un francotirador en el país de los genes

MALÉN RUIZ DE ELVIRA
Brillante, inteligente y tenaz. Así es Craig Venter, el protagonista de esta última fase del desciframiento del genoma humano. Pero sobre todo es impaciente. Si las cosas se pueden hacer deprisa y además bien, ¿por qué hacerlas despacio? De su impaciencia deriva el nombre de la empresa que creó hace apenas dos años, Celera Genomics, y su lema: "La velocidad importa". El alma de esta empresa, donde se ha completado la secuencia del genoma humano en menos de un año, es Venter, y sus socios tecnológicos, PE Biosystems, lo saben. Le han proporcionado los costosísimos medios para sacar adelante el proyecto y ahora esperan recuperar su inversión en un plazo no muy largo.

Pero Venter, personalmente, tiene fama de no casarse con nadie, de ser un francotirador al que no se puede despreciar. Su rival Francis Collins se refirió ayer a él como alguien lleno de energía y determinación que "nunca está de acuerdo con el statu quo ". Si no fuera sobre todo un científico, sería un rival temible en los negocios. Estadounidense, ahora tiene 53 años -nació en Salt Lake City (Utah)- y quedan bastante atrás sus años de médico militar en Vietnam, que le marcaron para toda la vida. Darse cuenta de "lo débil que es nuestro asidero a la vida" y de que "el espíritu humano es tan importante como la fisiología" recordó ayer, espoleó su interés por la ciencia, pero también de esa época data su convicción de que "somos más que la suma de nuestros genes".

Cuando volvió de Vietnam, Venter se decantó por la biología, completó su formación y pronto estaba trabajando en la sede central de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), cerca de Washington, donde pasó de ser un investigador anónimo a destacar por su capacidad de trabajo y su ambición científica. Ya tenía entonces bastante claro el camino que quería seguir, pero no le fue fácil iniciarlo. A fuerza de ingenio consiguió innovaciones que hacían un poco más fácil la tediosa tarea de encontrar los genes, un campo que no suscitaba entusiasmo entre los científicos porque era como "hacer salchichas", como dijo uno de ellos en aquellos tiempos. Si los científicos no sentían entusiasmo por el trabajo de encontrar genes, aunque sí por los resultados de la búsqueda, tampoco las empresas farmacéuticas veían claro los beneficios que les podría traer hacerlo. Su actitud fue esperar y dejar que el dinero público financiara el trabajo.

Sin embargo, Venter se acercaba ya a una crisis en su vida profesional. Intentó que los NIH patentaran las secuencias que él iba logrando y armó la primera gran bronca en la genómica. Sólo sus colegas se dieron cuenta entonces de la caja de Pandora que estaba abriendo. El caso es que sus superiores al final no solicitaron las patentes y Venter decidió irse a otro sitio, llevándose su técnica ya perfeccionada y aprovechando que vivía en un país en el que la iniciativa personal cuenta mucho.

Con unos pocos compañeros, entre ellos su esposa, fundó un instituto de investigación para el que pronto obtuvo financiación pública y privada, porque su técnica, como reconoció también ayer Collins es "elegante e innovadora" y Venter tiene "una nueva forma de pensar en la biología". Se alió con otro científico, William Haseltine, que había fundado la empresa Human Genome Sciences. La colaboración empezó a dar frutos interesantes, pero Venter terminó por romper con Haseltine precisamente porque no estaban de acuerdo sobre lo que debía publicarse según las reglas del mundo científico y lo que debía mantenerse en secreto para obtener beneficios. Venter, en este caso, era partidario de publicar casi todo, mientras que Haseltine sigue manteniendo los frutos de sus investigaciones en secreto y ahora denosta a Venter y al hito del genoma.

Ha sido en los dos últimos años cuando Venter ha saltado verdaderamente a la fama. Consiguió el primer genoma completo de una bacteria y cuando rompió con Haseltine buscó y encontró un socio tecnológico para llevar adelante su sueño de descodificar todo el genoma humano, una labor que se estaba haciendo, en su opinión, demasiado lentamente. En ese tiempo montó una planta exclusivamente dedicada a leer y ensamblar secuencias genéticas, probó la tecnología con el genoma de la mosca del vinagre, y cuatro meses después, ya está dispuesto a publicar la secuencia completa del genoma humano.

Ahora que ha llegado a la cima de su carrera, puede que Venter relaje el ritmo que le ha hecho protagonista del gran hito del genoma humano, pero lo más probable es que no lo haga. Quedan muchos genomas por descifrar y muchas aplicaciones por desarrollar. El trabajo no le va a faltar y él disfruta siguiendo su camino.


Collins el precavido

Francis Collins, de 50 años, un químico especializado en genética humana, se hizo cargo del Proyecto Genoma Humano público en 1993, poco después de que el codescubridor del ADN James Watson abandonara el proyecto ante la intención, expresada por los Institutos Nacionales de la Salud de EE UU, de patentar los datos crudos de la secuencia.

Científicos de 18 países han trabajado en el proyecto público, y Collins no es precisamente el más brillante de ellos. Hombre de fervientes convicciones religiosas, su principal contribución ha consistido en prevenir continuamente contra los peligros que entraña el avance de la genética. Su radical oposición a la explotación comercial de los datos del genoma ha sido, durante los últimos meses, el principal obstáculo para un acuerdo con Celera.

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