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Publicado en EL PAÍS el 27 de junio de 2000

EL MAPA DE LA VIDA, DESCIFRADO
El genoma no es patentable

Los registros de la propiedad sólo conceden licencias para las aplicaciones prácticas de los genes

EMILIO DE BENITO
El genoma no es patentable. Así lo creen la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEMP) y la Oficina Europea de Patentes (OEP), con sede en Múnich. "Los descubrimientos de componentes de la vida no pueden patentarse; sus aplicaciones prácticas, sí", dice el director general de la OEMP, José López Calvo. De hecho, las noticias más recientes sobre el registro de la propiedad de genes no se referían a la secuencia concreta de bases (las letras químicas que componen el ADN), sino a tecnologías para su obtención o su utilización.

López Calvo recuerda que en España "nunca ha habido una petición" directa de patentar una parte del genoma, y que en Europa "nunca se han patentado estos descubrimientos". No se puede obtener la exclusividad ni de un gen por separado, ni del genoma completo. Lo que se puede proteger es "la técnica para aislarlo y producirlo artificialmente, y determinadas aplicaciones industriales".

ANTECEDENTES EN EE UU.- Tampoco parece que Estados Unidos vaya a conceder nuevas licencias sobre el código genético humano, aunque en este país sí existan antecedentes de unas 700 patentes concedidas sobre genes. Entre ellos figura un gen que podría servir para la lucha contra el sida y cuya licencia fue concedida a la polémica Human Genome Sciences, una empresa especializada en patentar genes con aplicaciones médicas. "Pero la oficina norteamericana de patentes está volviéndose atrás, y se está acercando a los criterios de la europea", señala López Calvo.

Incluso en el caso de que PE Celera Genomics consiguiera una patente en algún país, la validez de la licencia nunca se ampliaría al resto del mundo de forma automática. El motivo: nadie las concede universalmente. Ni siquiera la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), un organismo que, pese a depender de la ONU y agrupar a unos 102 países que se han acogido al Tratado de Cooperación sobre el Sistema de Patentes (PCT en sus siglas en inglés), sólo puede actuar de árbitro y dar recomendaciones. Es más, aunque la OMPI sirva para agilizar el trámite de una patente, actuando como una especie de ventanilla única para los países asociados, su campo de acción queda limitado por el hecho insoslayable de que la licencia tiene que ser concedida al final por cada país.

Más efectiva es la Oficina Europea de Patentes (OEP), que agrupa a los 15 miembros de la UE más Liechtenstein, Chipre, Mónaco y Suiza. Lo que decide la OEP no necesita ningún tipo de refrendo en los países miembros. Pero su postura es claramente contraria a las licencias de genes. En este laberinto de organizaciones ha surgido con fuerza la idea de crear una oficina mundial que evite repetir los trámites país por país. El proyecto lleva años rondando la cabeza de los gestores de la propiedad intelectual en el mundo, pero "por lo menos le quedan 30 años", señala el secretario general de la OMPI.

Esta generalización de las patentes permitiría centralizar y, por tanto, reforzar la oposición a que una empresa obtenga la exclusividad sobre un componente natural. La presión de países u organismos internacionales podría obligar a su poseedor a conceder "licencias obligatorias", indica el director de la OEPM.

Aunque en principio no se puede obligar a ninguna firma, los organismos internacionales están estudiando cómo compaginar la salvaguarda de los intereses de las empresas con los objetivos humanitarios. Ése sería, por ejemplo, el caso de una vacuna contra el sida. "Cada vez es más difícil que la comunidad internacional permita que un descubrimiento así no se comparta", añade López Calvo. También se podría presionar para que la empresa renunciase a sus derechos en determinados casos, como ha ocurrido recientemente con las farmacéuticas que fabrican drogas contra el sida, a las que se ha convencido para que abaraten sus precios en África.


Los beneficios de Venter

La postura de PE Celera Genomics es clara: no va a patentar el genoma humano. Así lo afirmó su presidente, Craig Venter, al ser citado el pasado 6 de abril por el Congreso de Estados Unidos para explicar sus intenciones. Pero esta posición no cierra las puertas a otras posibilidades. "Lo que quizá hagamos sea solicitar patentes de las aplicaciones médicas que, sobre 100 o 300 genes significativos, elaboren nuestros socios farmacéuticos o biotecnológicos", señala la portavoz de la compañía, Heather Kowalski. Esta medida permitiría a Celera no sólo enfrentarse al proyecto público, que facilitará toda su información de forma gratuita, sino también rentabilizar una inversión de unos 50.000 millones de pesetas.

Junto a las patentes, Celera también pretende cobrar, mediante un sistema de suscripción, el acceso a su base de datos y el uso de las herramientas de software que permitan analizar y cribar la inmensa cantidad de información disponible, explica Kowalski. "Sólo vamos a solicitar la protección de nuestra base de datos, para impedir que otras compañías la comercialicen", sostiene Venter.

La idea es vender no sólo un ingente archivo, sino también las herramientas para manejarlo. "Nuestro objetivo es hacer la compleja y siempre creciente información biológica lo más accesible y útil posible", afirma el presidente de Celera.

Hasta la fecha, los principales suscriptores son Pharmatia Corporation, Novartis, Amgen, Pfizer, la química japonesa Takeda y la Vanderbilt University.

Venter lo explica así: "Cuando un suscriptor recoge el periódico a la puerta de su casa, ni se acuerda de que ha pagado una cuota para recibirlo y, ciertamente, no se le ocurre acusar a la editora de secretista o de restringir el acceso a las noticias porque exija un pago".


El yoyó de la bolsa

E. DE B.
Las empresas dedicadas a la biotecnología requieren grandes inversiones y sus resultados no se ven a corto plazo. Pero en lo que todos los analistas financieros coinciden es en su enorme potencial. Aquéllas que consigan ser las primeras en adquirir conocimientos básicos de genómica (sobre todo, la identificación de los genes y sus utilidades) y las que logren transformar esta cantidad ingente de datos en inventos prácticos se convertirán en auténticas minas de oro para sus accionistas.

Pero mientras se alcanza esta nueva alquimia, los inversores tendrán que seguir fiándose de su intuición, valorando como mejor puedan las noticias, siempre prometedoras pero nunca definitivas, que las empresas comunican. Un ejemplo: el anuncio el pasado 6 de abril de que PE Celera Genomics había completado la secuenciación del genoma humano (la primera fase del desciframiento completo) provocó una subida de sus acciones del 24% en unas horas. Una advertencia realizada posteriormente por un experto de que los datos conseguidos podían ser erróneos hizo que cayeran un 18%.

Todo un yoyó que bambolea Celera desde su creación en 1998. No en balde, en 1999 perdió 24,3 millones de dólares (4.374 millones de pesetas), el triple que el año anterior. Casi un dólar de pérdida por cada acción. Esta vertiginosa bajada, con todo, ha quedado compensada este año con los anuncios de sucesivos logros (como el desciframiento del genoma de la Drosophila en colaboración con los laboratorios públicos) que han multiplicado el precio de sus acciones.

Esta cotización bursátil llegó a su máximo a primeros de marzo de este año, cuando se hizo inminente que Celera iba a lograr la secuenciación del genoma. Pero nuevamente llegó el efecto yoyó: el 15 de marzo, la declaración conjunta del presidente de EE UU, Bill Clinton, y el primer ministro de Reino Unido, Tony Blair, de que el genoma humano debía ser de acceso universal, y que por lo tanto estaban en contra de su comercialización, golpeó en el hígado a Celera y provocó una caída del 12,5% en el Nasdaq (índice de valores de nuevas tecnologías de Nueva York), y unas pérdidas de 50.000 millones de dólares (unos 9 billones de pesetas) a los accionistas de las compañías del sector.

Desde entonces la cotización remontó empujada por la inminencia del desciframiento del genoma humano. Las acciones llegaron a multiplicar por 2,5 su valor, pero al saberse que el descubrimiento iba a ser compartido por el proyecto público, el yoyó empezó a bajar. El domingo Celera cotizaba a 127 dólares por acción. Y ayer no subió su valor, sino que al cierre perdía 13 dólares. El yoyó puede ser de oro, o de plomo.

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EL PAÍS