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Es importante conocer: Cambios físicos que aparecen con la edad y que afectan a la nutrición
Parece claro que aunque el tiempo pasa igual para todo el organismo, no todos los órganos sufren sus efectos de la misma forma. Hay características funcionales y comportamentales como la frecuencia del pulso en reposo o los rasgos de nuestra personalidad que suelen cambiar poco con la edad. Por el contrario, hay funciones fisiológicas que sufren importantes modificaciones, la mayor parte de ellas debidas a las enfermedades y trastornos de la salud que se dan a lo largo de la vida. Constituyen claros ejemplos de esta última situación las secuelas de un infarto de miocardio (insuficiencia cardiaca) o la demencia posterior a procesos infecciosos agudos, así como la pérdida de movilidad en las extremidades, etc. Por último hay que tener en cuenta los cambios que sólo obedecen al paso del tiempo y que tienen carácter universal, progresivo e irreversible:
Todos estos cambios, independientemente de su origen, afectan de una forma u otra a la fisiología de la nutrición y/o a la alimentación. A consecuencia de ello aparecen problemas de salud a los que hay que dar solución clínica; por lo que es preciso conocer en mayor detalle los cambios que más afectan al binomio alimentación-nutrición. Veamos algunos: La disminución de la percepción sensorial forma parte del proceso del envejecimiento afectando a más del 50% de la población mayor de 65 años.
Por ello, dada la disminución de las funciones gustativas y olfativas en los ancianos con frecuencia se asocia a un aumento del consumo de alimentos muy salados o dulces para potenciar la sabor de los alimentos, hecho que puede tener consecuencias como el empeoramiento del control de la glucemia (azúcar en sangre) o de la hipertensión arterial ((Rico Hernández, M. A., 2011). Así hay que prestar especial interés y cuidado al consumo de estos alimentos, y realizar cambios en la alimentación que se adapten a su situación ofreciéndoles alimentos con sabores agradables sin comprometer su salud. En las personas de edad, la normal respuesta al apetito se altera como consecuencia de las variaciones en determinadas hormonas y metabolitos (opiáceos, colecestoquinina). Se sabe que el riesgo de anorexia en este grupo de población es muy alto y la frecuencia con la que aparece también. Esta situación puede llevar a estados de malnutrición más o menos severos que generen o agraven diferentes enfermedades. Es la malnutrición proteico-energética la que se da con mayor frecuencia. Uno de los grandes problemas de esta población y que afecta directamente al proceso de la digestión es la pérdida de piezas dentales. De todos es sabido que la parte de digestión que se lleva a cabo en la boca es muy importante. En esta fase los alimentos quedan parcialmente digeridos por las secreciones bucales, troceados y triturados para facilitar la digestión. Es necesario mencionar que las secreciones bucales están disminuidas por lo tanto el proceso de triturado y troceado tiene gran importancia. La ausencia de piezas dentales obliga a limitar la trituración bucal con lo que las digestiones se vuelven más difíciles y molestas. Todo esto redunda en que los ancianos, suele elegir unos alimentos y rechazar otros de manera que en este proceso de selección pueden perder capacidad nutritiva. Se observa una paulatina disminución de las secreciones digestivas. Varios estudios han puesto de manifiesto que con la edad, la actividad secretora de las diferentes glándulas implicadas en la digestión, disminuye su función. Esta disminución es consecuencia de una reducción en la cantidad que se segrega y también de una aminoración de su actividad. Se ha comprobado que la actividad enzimática de las glándulas salivales, gástricas, pancreáticas e intestinales disminuye. Parece ser la secreción biliar la menos afectada. La malabsorción de determinados elementos es otro de los caballos de batalla. Los que más sufren, en este sentido, son el calcio y el hierro. Este problema parece deberse a que con la disminución de las secreciones gástricas, en el tubo digestivo se pierde acidez, lo que permite el crecimiento de determinada flora bacteriana que secuestra minerales como el calcio o el hierro, y vitaminas (B12) de forma que no pueden ser absorbidos. También se ha comprobado que a cierta edad disminuye la motilidad intestinal, la superficie intestinal útil para la absorción y la capacidad de transporte de nutrientes desde el intestino hasta los tejidos. Todo esto eleva mucho el riesgo de trastornos de la salud que se traducen en anemias, diarreas, mala absorción, etc. (Álvarez Guerra, O. M., 2010; Grassi, M., 2011). El estreñimiento aparece como otro de los graves problemas a los que se enfrenta la población de cierta edad. De hecho afecta a más del 50%. En este problema intervienen varios factores; ya se ha comentado la disminución de la
Esta alteración se atribuye a varios factores como una disminución en la producción de insulina por parte del páncreas, malos hábitos alimentarios y sedentarismo, etc. Se ha estimado la prevalencia de diabetes mellitus en ancianos institucionalizados llegando a un 26%, lo que se traduce en una alta prevalencia (Durán Alonso, J. C., 2012),
Este sistema sufre una serie de cambios que se relacionan menos con la alimentación que los vistos hasta ahora. El principal problema que se produce es el endurecimiento de las paredes arteriales. Se debe, por un lado, a la pérdida de elasticidad del tejido arterial y venoso y que se puede considerar propio de la edad. Y, por otro, puede ser consecuencia de una dieta rica en grasa. Sea por el motivo que fuere, esta situación produce una elevación de la presión arterial (hipertensión), factor a tener muy en cuenta en el establecimiento de una dieta. Otra alteración que afecta al sistema cardiovascular es la concentración de colesterol en sangre, y que en las personas de avanzada edad suelen estar elevados. También es éste un factor importante en el diseño de dietas. (Ver sección de cardiovasculares). La función renal disminuye aproximadamente en un 50% entre los 30 y los 80 años. Este problema afecta aproximadamente a un 75% de la población adulta. La consecuencia más directa es la excesiva excreción de proteínas y electrolitos por orina, de forma que el equilibrio hidrosalino se altera, se producen edemas y además la pérdida proteica lleva, en muchos casos, a malnutrición proteica. Ya ha sido comentada la tendencia a sustituir la masa magra (músculo), por masa grasa y que es consecuencia de la edad. Hay una pérdida global de proteínas que se manifiesta tanto a nivel muscular como visceral. La función renal acusa también estos cambios (ya se ha comentado). Otro grave problema es la pérdida de la densidad ósea y el consecuente aumento del riesgo de osteoporosis, enfermedad muy frecuente entre la población femenina de cierta edad.
En este sentido, el cambio se manifiesta como disminución de la función inmune global. Es decir, disminuye la capacidad de defensa natural de forma que los agentes infecciosos pueden atacar más fácilmente. Las barreras de defensa natural son más débiles e incluso, en determinadas situaciones desaparecen y el sistema que proporciona defensa al organismo mediante el ataque a los agentes externos está mermado en cantidad y calidad. Esta situación explica la gran prevalencia de enfermedades en esta etapa de la vida.
Otro de los cambios importantes radica en la menor necesidad de energía, debido a que disminuye el gasto energético basal (la energía que gasta el organismo al día para mantenerse vivo). Entre los 30 y los 90 años se produce una disminución del 20% del gasto energético (Mataix, 2009). Se han establecido varios motivos por los que disminuye la necesidad de energía
Después de los 75 años, se produce otra caída del gasto energético de similar magnitud. Las 2/3 partes de estas caídas se atribuyen a la reducción de la actividad física y la parte restante a los cambios en la composición corporal (Mataix, 2009). |
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