Ya en la Edad Media
tenemos incluso referencias de transexualidad dentro de la misma Iglesia
Católica. Por ejemplo a Santa Wilfrida, cuya leyenda dice que
pidió a Dios el poder convertirse en hombre y le fue concedido..
Asimismo, San Onofre pidió a Dios que le hiciera varón, y su
cuerpo se masculinizó.
San Onofre es un santo muy honrado en la
actualidad por los
cristianos coptos. Se cree fue hijo de un rey
egipcio o abisinio y que vivió en el
siglo IV. El demonio instiga a su padre para que lo
pase por el fuego como prueba de si era hijo bastardo.
Onofre sale ileso. Fue criado en un convento de la
tebaida egipcia (monjes que vivían en el desierto). Al
crecer se aparta de él y vive como ermitaño. La leyenda
cuenta que una columna de fuego lo acompañó hasta la
ermita. Se alimenta con dátiles y agua. Se viste con sus
propios cabellos. Un ángel le llevaba pan y los domingos
la Eucaristía. Vivió de esta forma por 60 años. La
leyenda agrega que al morir los ángeles le rindieron
honores. Patrono del
principado de Mónaco y de la ciudad de
Munich Protector de los tejedores y de los que
quieren conseguir la casa propia. Identificativo
principal Un anciano con larga barba y cubierto por sus
propios cabellos Identificativo secundario puede
aparecer en un ambiente desértico, a veces junto a él
están: la regla de san Antonio abad (que practicaban los
eremitas), la calavera y la cruz con que meditaba
profundamente y la palmera con cuyos frutos se
alimentaba y otras veces con una alforja (signo de los
alimentos que nunca le faltaron). Fecha litúrgica 12 de
junio
Según otra leyenda local, Onofre fue una mujer
joven y muy guapa, cuando se le murió el marido, los
jóvenes del pueblo empezaron a molestarla con la
intención de estar con ella. Pero ella era muy religiosa
y suplicaba al Dios cada día para que le salvara de
aquellos jóvenes. Al final, un día, cuando se despertó,
ya tenía el problema resuelto con un bigote y barba en
la cara.
En realidad San Onofre no fue una mujer, al contrario
un eremita que vivió en el desierto de Egipto durante 60
años, siglo IV. Pafnoutio (Pafnucio)fue su discípulo y
en una de sus visitas a los solitarios, lo descubre ya
muy enfermo y extrañamente vestido y desfigurado de
cuerpo, barba y cabellera; le acompaña en sus últimas
horas yasta su muerte para después, con gran impacto
apostólico en su tiempo, describir a este gigante de la
penitencia enfrentado a los pecados del mundo. Pafnucio
escribió la vida de San Onofre.
por cierto patron del valencinao pueblo de
Quart de Poblet

Del Papa Juan
VIII (sucesor de León IV) siempre han corrido rumores de que
biológicamente había nacido mujer aunque se hizo pasar toda su vida por
varón, historia que fue censurada varias veces por la Inquisición.
"Historia sexual de la
humanidad" de Eugen Relgis, 1953
(Rumania) curioso e inhallable
texto que entre otras rarezas
detalla la asombrosa historia de
una Papisa y una silla
"Entre los
papas de Roma es conveniente
nombrar a Juan VIII, que era una
mujer, Bartolomeo Sacchi,
bibliotecario del Vaticano,
publicó en 1479 por orden de
Sixto V una "Historia de la vida
de los Papas".
En este libro
se incluye también la vida
de Juan VIII, sucesor de Leon
IV. Ese pretendido papa era una
mujer bien dotada (de
inteligencia), nacida en
Inglaterra (según otros en
Maguncia); realizó serios
estudios en Atenas y debido a su
extraordinaria ciencia subió al
trono pontificial en 855.
Habiendo quedado en estado de
gravidez después de sus
relaciones con un sirviente (o
dignatario), la papisa Juana dió
a luz en medio de una procesión
cerca del Coliseo. Se dice que
después de haber alumbrado
falleció inmediatamente o que
fue ultimada en el acto. Ocupó
la silla apóstolica durante dos
años, un mes y cuatro dias.
Sacchi afirma que después de
este incidente, en la elección
de un nuevo Papa, éste se
sentaba en cierto sillón
perforado que permitía se le
verificara el sexo. Los
historiadores bordaron muchos
cuentos en torno a Juana la
Papisa. Diversos autores de los
siglos XI, XII y XV admiten que
ella ha existido. Los
secretarios papales como
Teodorico de Niem, inquisidores
como Bernardo Guy (o Gui)
ofrecen análogos testimonios.
Sixto V arrojo al Tiber la
estatua de Juana y su hija. El
busto de Juana llevaba (hasta el
siglo XV) la inscripción "Juan
VIII mujer". Clemente VIII lo
hizo quitar."
En el siglo IX,
Juana, una muchacha de Mentz
enamorada de un fraile, le
siguió hasta su abadía
disfrazada con ropas de hombre.
Luego se trasladó a Atenas,
donde creció la fama de su
saber, y finalmente a Roma. Allí
es nombrada Papa bajo el nombre
de Juan VIII. A los dos años,
dirigiéndose a la iglesia de San
Juan de Letrán para lanzar
anatemas contra una plaga de
langostas que asolaba a Roma,
dio a luz en el mismo sitio, en
presencia de todos los jerarcas
y los fieles, y después
falleció.
Hay una buena novela sobre esta
curiosa historia, La Papisa
Juana (1886), del escritor
griego Emmanuel Royidis. Royidis
fue excomulgado por la iglesia
ortodoxa y el libro prohibido.
En los años veinte volvió a
publicarse y desde entonces es
uno de los más conocidos de la
moderna literatura griega. En
1954 Lawrence Durrell la tradujo
y la rescató para el lector
europeo. De la suya se hizo la
traducción española, que está
publicada en Edhasa. A mí me
gustó mucho, se la recomiendo.
Dice Durrell en el prólogo:
"Apenas cabe duda de que la
novela fue iniciada como una
sátira; y aún cabe menos duda de
que, a la mitad del libro,
Royidis se había enamorado de su
heroína de los pies a la cabeza,
ya que la trata con comprensiva
ironía y una ternura que la
acerca claramente a la vida."
Y sobre la veracidad de esta
historia:
"¿Pero qué hay de real en el
Papa histórico en el que nuestro
autor basa su narración? Los
últimos autores bastante audaces
como para entrar en la arena,
nos han hecho comprender que es
una ficción. Este punto de
vista, inútil es decirlo, no era
compartido por Royidis, que
consagró varios panfletos al
tema. ¿Existió en realidad la
Papisa Juana? La situación está
admirablemente resumida por
Platina y por el hecho de que se
sintió obligado a incluir a
Juana en las Vidas de los Papas.
Nadie puede afirmar que la
evidencia de su existencia sea
más que circunstancial; pero, si
un historiador tan serio como
Platina -que era secretario del
Papa reinante y bibliotecario
del Vaticano- se sintió obligado
a incluir a Juana en el canon de
los Papas, debemos llegar a la
conclusión de que la fuerza de
la tradición, desde numerosas
fuentes y por muchos años, debe
haberle dictado esta
desagradable elección. Aquí está
la biografía de Juana, tal como
la da Platina:
Papa Juan VIII: Juan, de
origen inglés, era nacido en
Mentz, y se dice que llegó al
Papado por artes diabólicas, ya
que, siendo mujer, se disfrazó
de hombre y fue con su compañero
-un hombre instruido- a Atenas,
y realizó tales progresos en
sabiduría bajo los doctores que
allí había que, al llegar a
Roma, encontró pocos que
pudieran igualarla, y mucho
menos sobrepasarla, incluso en
el conocimiento de las
Escrituras; por medio de su
conocimiento, sus inteligentes
lecturas y sus controversias,
alcanzó tanto respeto y
autoridad que, al acaecer la
muerte de León (como dice Martin),
de común acuerdo fue elegida
Papa en su reemplazo. Yendo a la
iglesia de Letrán, entre el
Coliseo (llamado así por el
Coloso de Nerón) y San Clemente,
los dolores del parto la
asaltaron, y murió en el lugar,
tras haber permanecido dos años,
un mes y cuatro días en el
Pontificado, y fue enterrada
allí sin pompa. Esta historia es
conocida vulgarmente, aunque ha
sido contada por autores
inciertos y oscuros; por lo
tanto, la he referido al desnudo
y brevemente, para no parecer
obstinado y pertinaz al admitir
lo que generalmente se cuenta;
prefiero equivocarme con el
resto del mundo; aunque la
verdad es que, lo que he
contado, no puede considerarse
enteramente increíble."
Un fragmento de la novela:
"La procesión atravesó el Arco
de Trajano y el anfiteatro
flaviano, y siguió aumentando
hasta llegar a la Plaza de
Letrán. Tan abrumador era el
calor y el polvo, según los
cronistas, que el diablo mismo
hubiera agradecido un zambullón
en la pila de agua bendita. Los
enjambres de langostas en lucha
volaban sobre la gente, los
cuerpos de los insectos heridos
caían al suelo, donde eran
pisoteados por los adoradores y
las mulas cargadas. Todas estas
circunstancias aumentaron el
desamparo y dolor de la
desdichada Juana, quien, en
aquellos momentos, apenas
lograba mantenerse erguida sobre
el lomo de su mula; tan agudo
había llegado a ser el dolor de
su vientre. Dos veces tropezó al
ascender los peldaños del
magnífico trono desde el cual
iba a lanzar anatemas contra las
hordas de invasoras langostas.
Su Santidad, tras bendecir y
empapar en agua el sagrado
salpicador, lo sacudió hacia el
Este, el Oeste, el Sur y el
Norte; después, tomando un
crucifijo de marfil tallado, lo
elevó e hizo la señal de la cruz
en dirección a la pestilente
nube de langostas en lucha.
Bruscamente la cruz escapó de
entre sus dedos, cayó, se hizo
trizas y, casi de inmediato, el
Pontífice también cayó, pálido
como la muerte, sobre los
peldaños del trono. Al ver esto
los fieles, se precipitaron
ansiosos, empujándose entre sí,
como ovejas asustadas por un
lobo. Los archidiáconos que
llevaban la cola de Su Santidad
avanzaron para ayudarlo a
ponerse en pie. Pero él siguió
allí gimiendo y retorciéndose,
como una serpiente dividida en
dos. Corrió el rumor de que Su
Santidad había pisado sin querer
una raíz de mandrágora, había
sido picado por un escorpión, o
había comido hongos envenenados.
Muchos entre la muchedumbre
insistieron en que estaba
poseído por el diablo, y el
obispo de Oporto, que era de
lejos el mejor exorcista de
aquellos tiempos, se abrió paso
para salpicar a Juana con agua
bendita y ordenar al espíritu
del mal que buscara otra morada,
pero, en esos momentos, ella
estaba dando a luz.
La multitud clavó los ojos en la
pálida cara del Pontífice,
esperando ver el espíritu impuro
salir por su boca o sus orejas;
en verdad la gente no estaba
preparada para lo que realmente
sucedió. Grande fue la
consternación cuando un niño
prematuro surgió entre los
pliegues de las vestiduras
papales. (...)
Entregó después su espíritu,
murmurando como Isaías: "He dado
mi rostro para ser abofeteado,
para vergüenza y rechazo."
Apenas el alma pecadora había
abandonado su morada temporal
cuando una horda de diablos se
precipitó desde el infierno para
reclamarla, ya que la tenían
desde hacía tiempo anotada en
sus catálogos como propiedad
incuestionable. (...) De pronto
el ángel que se había aparecido
a Juana rompió las filas de los
oponentes y les arrancó la
desdichada alma, que llevó
consigo... probablemente al
purgatorio. Estos milagros,
querido lector, no aparecen
reunidos de los relatos de
cuatro pescadores sino que
provienen de cuatrocientos
venerandos y concienzudos
cronistas; en presencia de tal
asamblea de augustos testigos
sólo podemos inclinar la cabeza
y murmurar, como Tertuliano:
"Creo en estas cosas porque son
increíbles."
El cuerpo de la preciosa Juana
fue enterrado en el lugar donde
había caído. Su tumba tiene una
estela de mármol con una mujer
que da a luz un niño (...) y los
piadosos peregrinos, para no
contaminar sus sandalias al
caminar sobre los pasos de la
sacrílega mujer papisa, siempre
han seguido desde entonces otro
camino hacia San Juan de Letrán."
(Emmanuel Royidis, La Papisa
Juana)
LA MONJA ALFÉREZ
Catalina de Erauso, la "Monja Alférez", curiosísimo
personaje de los primeros años del siglo XVII en la
América española, está vinculado (en este caso el género
masculino es por partida doble) no sólo al Perú sino a
toda esa América y hasta al Vaticano.
Nació doña Catalina (o Antonio) en Donosti, en dos fechas distintas,
según sus memorias el año 1585 y según el documento de
bautizo en 1592. Todo, en él o ella, es novelístico. El
hecho de la fecha de nacimiento es curioso, pues da la
impresión de que quiso aparecer con mayor edad a la real
porque sus primeros pasos aventureros los dio siendo una
niña, disfrazada de grumete, pero que luego fue
fantaseando y confundiendo la realidad, aferrándose al
personaje que ella se inventó o que las circunstancias
construyeron, un personaje que nació siete años antes de
ver ella la luz.
Se creyó con tanta intensidad esa fecha que así la
consignó en su autobiografía escrita en España en 1624,
antes de retornar a América. Esta vez a México, luego de
que el Papa le dio licencia para seguir vistiendo de
hombre "pero sin dañar al prójimo".
|
 |
Catalina de Erauso, la desorbitada
donostiarra que se hizo famosa como hombre
pendenciero y jugador.
|
¿Nos encontramos frente a un caso de lesbianismo?. Es
difícil asegurarlo o negarlo, más bien habrían sido los
avatares de su vida aventurera, unidos a un
desquiciamiento psicopático, los que convirtieron en
hombre a una mujer que, de acuerdo a las costumbres de
la época, no podría haber hecho realidad sus fantasías.
En aquellos tiempos, ninguna mujer, que no fuera
prostituta , podía salir de la severa conducta que
ordenaba la Iglesia a las féminas, obligadas a ser
madres subordinadas al marido.
Sólo a hurtadillas era posible la aventura amorosa
(una posibilidad, sin embargo, bastante frecuente). Y lo
que quería Catalina de Erauso era ser espadachín,
soldado, bebedor de cantina, cosas que sólo se pueden
hacer en público.
Esta donostiarra intranquila, inadaptada al medio, nació en familia
acomodada. Su padre, el capitán Miguel de Erauso, era
tenido como un caballero en la ciudad y su madre, doña
María Pérez de Galarraga, hacía vida social. y la
ingresaron a los cuatro años de edad en un convento de
monjas de clausura
Con un amor casi salvaje a la libertad, que nunca
perdería a lo largo de toda su vida, el 18 de mayo de
1607, con quince años, escala la tapia del convento y se
escapa al bosque. Según su propio relato, vaga por él
durante tres días, mientras sobrevive a base de frutas y
raíces, hasta que logra robar ropas de hombre y,
disfrazada como tal, refugiarse en Vitoria
E igual que su sucesora en la historia del Perú, doña
Francisca Zubiaga de Gamarra ("La Mariscala"), sintió
Catalina el fervor místico, pero antes de hacer los
votos se quitó los hábitos monjiles, se vistió de hombre
y, huyendo de la familia, comenzó sus aventuras por
distintas ciudades españolas hasta que llegó a Sanlúcar
de Barrameda, donde fue tentada por los prodigios de
América. Como grumete, se embarcó en un galeón, dándose
con que el capitán era un tío suyo, Esteban de Eguiño,
quien no la reconoció por el disfraz de grumete y
aparentar mayor edad. Se hacía llamar Antonio.
Cuando llegó a Cartagena de Indias se puso al servicio de un vasco,
Juan de Urquizo, rico mercader de la ciudad de Trujillo,
en el Perú, con quien hacia allí partió. Hasta entonces
había sido un jovenzuelo despierto y pícaro. Pero, poco
después de instalarse en la ciudad que fundó Soraluce,
el Caballero de La Espuela Dorada, su carácter combativo
y díscolo salió a relucir, haciéndose protagonista de
reyertas sin fin, siempre, curiosamente, con gente no
vasca. Y, en Saña, población cercana a Trujillo, cayó su
primera víctima mortal. Un tal Reyes, cuyos amigos se
dispusieron a vengar al muerto. Antonio huyó a Trujillo
y en la huida liquidó a uno de sus perseguidores.
Curiosamente, en todas sus peripecias, este Antonio,
marcado más tarde en la historia como "La Monja
Alférez", supo congraciarse con sus paisanos vascos y
lograr que lo ayudaran a salir de sus desaguisados. En
este caso la ayuda vino del Corregidor de Trujillo,
Orduño de Aguirre, quien lo puso en camino de Lima, la
capital del virreynato, donde, con recomendación de
Urquizo, entró a trabajar donde otro rico mercader
vasco, Diego de Lazarte. Allí estuvo de tendero.
Sin embargo, su espíritu revoltoso y aventurero hizo que prefiriera
dejar el ambiente virreynal de Lima para alistarse como
soldado en una compañía que salía para Chile a combatir
a los jamás vencidos araucanos, "esa raza soberbia
(estas son palabras de Pablo Neruda) cuyas proezas,
valentía y belleza, dejó grabadas en estrofas de hierro
y de jaspe don Alonso de Ercilla en su Araucana."
Cuando se habla de estas distancias, un europeo de nuestros días, no
muy entendido en geografía, carecerá de referencias para
captar estos desplazamiento de "La Monja Alférez". Por
lo pronto, el cruce del Atlántico en galeón no es fácil
de imaginar para quienes lo cruzan hoy en avión. Y el
traslado de Cartagena de Indias a Trujillo (Perú) tenía
que hacerse cruzando el itsmo de Panamá. Pero todavía
estaríamos lejísimos de Lima, Santiago de Chile y el sur
de este país, en Arauco, donde nace el alférez.
Distancias más largas y complicadas que ir de Lisboa a
Sebastopol a caballo, coche y trineo.
Toda esa ruta debió seguir la donostiarra llamada Antonio para llegar a
la batalla de Valdivia, donde se batió ferozmente con
los indómitos araucanos y ganó el grado de alférez;
aunque sin llegar a conquistar Arauco. Allí en Valdivia
se mantuvo constante la frontera sur de España en
América. Sólo cuando se afianzó la República los
araucanos fueron dominados.
Tres años vivió en Chile el alférez Antonio, donde le ocurrieron todo
tipo de sorprendentes vivencias, una marcada con las
intensas notas de la tragedia griega. Pasó buena parte
de ese tiempo alojado en casa de su hermano, el capitán
Miguel de Erauso, sin que éste lo reconociera (Miguel
era secretario del Gobernador) y sin que le faltaran
riñas, peleas de cantina, lances a espada. En la ciudad
de Concepción, cerca de Arauco, dio muerte en medio de
una pendencia al Auditor General y tuvo que refugiarse
en una iglesia, donde fue cercado durante seis meses, al
cabo de los cuales salió libre. Pero el drama y la
tragedia lo perseguían y, accidentalmente, en un error
nocturno, mató a su hermano.
 |
Huyendo de sus aventuras
mortales en Chile, pasó a Tucumán y el fabuloso
Potosí, donde siguió matando. |
No le quedó otra cosa que huir a Buenos Aires
cruzando la Cordillera de los Andes, para pasar luego a
Tucumán de donde también tuvo que escapar a la carrera
por darles palabra de matrimonio a dos mujeres. Por
caminos dificílisimos y sin guía demoró tres meses en
llegar a Potosí (hoy Bolivia) donde fue ayudante de
sargento mayor. Pero sus tribulaciones y pendencias lo
siguieron persiguiendo y en Chuquisaca le ocurrió algo
sorprendente en su vida aventurera: Fue acusado de un
delito que no había cometido y recibió tormento.
Como que este "accidente" lo tranquilizó un poco y, por encargo de
López de Urquijo, se dedicó en Charcas a comerciar con
trigo y ganado. Pero poco tiempo le duró la vida
reposada y tranquila. En Piscobamba y en La Paz volvió a
las andadas y protagonizó reyertas de gran calibre, por
lo que fue condenado a muerte y tuvo que huir al Cuzco.
En la histórica ciudad imperial de los Incas es él,
Antonio, el que salió herido en una de las tantas riñas
en las que participaba. La herida era tan grave que
pidió confesión, revelándole al sacerdote su condición
de mujer. La convalecencia fue larga y parece que el
sufrimiento lo o la llevó a la reflexión y al acto de
contricción.
Del Cuzco salió ayudado por varios "vizcaínos" hacia
Guamanga (Perú). Entre sus protectores estaba Bautista
de Arteaga, secretario del Obispo. Y fue ante este que,
públicamente, reveló su identidad de mujer y su nombre
real: Catalina de Erauso. Fue esa una confesión pública,
como está dicho, y tras ella pidió profesar en el
Convento de Santa Clara de esa ciudad. Convento que
todavía existe y que hasta hace pocos años albergaba a
varias monjas de Oñate.
De Guamanga fue trasladada a Lima, capital del
Virreynato, para seguir su vida religiosa en el Convento
de la Santísima Trinidad.
Sin embargo, en 1624 volvió a cruzar el Atlántico en
sentido contrario y en España escribió sus memorias, una
autobiografía que, al parecer, le sirvió de catarsis y
le hizo arrepentirse de su pasado sangriento, a la vez
que frenó su exaltación religiosa. Se podría decir que
la reflexión conventual y el repaso de sus recuerdos del
pasado tranquilizaron su espíritu y como que la hizo
ingresar a la normalidad.
Por esos años es que Catalina de Erauso viajó a Roma y logró una
entrevista con el Papa, quien, según se cuenta, accedió
a que "La Monja Alférez" volviera a vestir de hombre,
siempre y cuando no retornara a las andadas de
espadachín pendenciero y de muerte.
Fue larga esta tranquila etapa de su vida en Europa.
Pero nunca pudo olvidar América y en 1645, veinticinco
años después, volvió a embarcarse, esta vez como hombre
de paz, con rumbo a México, bajo su viejo nombre de
Antonio y como hombre de bien, dedicarse al
transporte y morir en 1650, cristianamente, lejos del
mundanal ruido, en el pueblo de Quitlaxtla (México). |
|
Su vida resulta difícil de creer, pero tenemos pruebas documentales
de que no es un personaje de ficción: el cuadro que le hizo Pacheco, el
suegro de Velázquez, en 1630 (y que se encuentra en la Galería Shepeler,
de Aquisgrán, por si tienen curiosidad) y “El memorial de los méritos y
servicios del alférez Erauso”, redactado a instancias de la propia
Catalina, que se encuentra en el Archivo General de las Indias.
De regreso a España en el galeón San Joseph, revelaría su identidad
al escribir una crónica de
las hazañas que le
merecieron el rango de alférez. Esta obra, que tituló
Relación verdadera de las grandes
hazañas y valerosos hechos que una monja hizo en veinte y cuatro años,
que sirvió en el reyno de Chile y otras partes al Rey nuestro señor, en
ábito de soldado y los honrosos oficios que tuvo ganados por las armas,
sin que la tuvieran por tal mujer hasta que le fue fuerza el descubrirse,
es el único testimonio de la conquista de Chile y de la Guerra de Arauco
escrito por una mujer que conoció la experiencia desde un rol
protagónico. El siglo XVII era una época en que, aunque participaran del
proceso de dominación, las mujeres siempre se mantenían en el anonimato.
Paradójicamente, el relato de su ocultamiento la convirtió en
celebridad, proliferando en la época los
testimonios de su personalidad.
Este personaje, que bien podría inscribirse dentro de la novela
picaresca, originó muchas versiones biográficas, lo que ha dificultado
separar la ficción de la realidad. Según la opinión del padre Rosales en
su Histórica relación del Reyno de Chile, la Monja Alférez era
profesa y, al recibir el encargo de llevar las llaves del convento a la
priora, huyó del lugar cerrando por fuera. Ella cuenta en su
Relación, sin embargo, que escapó luego de sostener una reyerta con
otra monja.
También se pone en duda que Catalina de Erauso sea la Monja Alférez.
Existen anotaciones, en el Convento de San Sebastián el Antiguo, que
señalan que permaneció recluída entre 1602 y 1607. En el Archivo de
Indias, en cambio, ha quedado consignado el testimonio de Francisco
Pérez de Navarrete quién señala: “...y cuando llegué al reyno de Chile
que fue el año seisciento y ocho, le hallé sirviendo en el estado de
Arauco”. Resulta imposible creer que en apenas un año, esta mujer
llegara a Chile y se invistiera como guerrero experimentado. La misma
Catalina de Erauso colabora con las incertezas al señalar en el
expediente que dirige al rey, y posteriormente en sus memorias, que
había nacido en 1585, en circunstancia que en su partida de bautismo ha
quedado consignado que nació el 10 de febrero de 1592.
Las múltiples versiones que existen de la vida transgresora de Catalina,
han dado pie a una nueva historia de usurpación registrada en el Archivo
de Indias:
“Catalina pasó a las Indias, conoció allí a la mujer-soldado, le
contó su historia y a la muerte de Catalina, la mujer soldado, la
protagonista de lances, duelos, y escapadas sin cuento usurpó la
personalidad de la ex-novicia”.
Mucho más no se sabe de ella, salvo que ha dejado a críticos e
historiadores perplejos con su conducta inhabitual, que no pocas veces
se le ha tildado como “fenómeno raro” o, simplemente, se la ha ignorado.
Enfoques teóricos y críticos actuales permiten abordar este testimonio
en su complejidad. La académica y crítica literaria Adriana Valdés
destaca que: “...se ha creado en los últimos años la capacidad de una
lectura diferente... La noción de un texto como espacio multidimencional
en que se mezclan y chocan muchas escrituras, la noción de
imaginario, la noción de discurso, por oposición a obra, la
posibilidad de lecturas múltiples...”
 |
--------Así, precedida por su fama, Catalina
llegó a España el 1 de noviembre de 1624. El propio rey Felipe IV la
recibió en audiencia personal y la ratificó en el grado de alférez,
concediéndole una pensión anual de 800 escudos por los servicios que
había prestado a la corona española.
Posteriormente, viajó a Roma para
entrevistarse con el papa Urbano VIII, quien la autorizó a seguir usando
sus atuendos masculinos.
Durante algunos años vivió en Madrid, pero la necesidad de nuevos
avatares le impulsó a regresar a América, donde había experimentado sus
más intensas pasiones. Y es aquí donde la bruma de lo épico confunde la
realidad. Unos dicen que murió ahogada desembarcando en el mexicano
puerto de Veracruz en ?635, mientras que otros creen que se transformó
en arriera y que de esa guisa vivió hasta su fallecimiento en Cuitlaxtla,
localidad cercana a Puebla (México), en ?650.
Sea como fuere, sabemos que existió gracias a un manuscrito
supuestamente dictado por ella y que se encuentra en el archivo de
Indias con el título “El memorial de los méritos y servicios del alférez
Erauso”. Además, contamos con un cuadro pintado por Pacheco en ?630 en
el que podemos ver a la monja alférez en todo su esplendor masculino.
--------------------------------------------------------------------------
|
Oleo sobre lienzo, 212 x 144 cm;
Museo Tavera. Toledo. España. |
|
La
representación de los "monstruos"
de la naturaleza era muy del gusto de la sociedad
renacentista (recuérdense los bufones y enanos de la
corte).
Aquí se
nos muestra un caso severo de virilización e
hirsutismo, Magdalena Ventura de los Abruzos,
quien llegó a Nápoles con 52 años, procedente de
Acumulo (región de los Abruzos). El duque de
Alcalá, Virrey de Nápoles, encargó a Ribera pintar a
esta mujer, que aparece aquí junto a su marido y con
un niño en los brazos. Al parecer, fue a los 37
años cuando empezó a crecerle barba a esta mujer,
como se nos indica en una inscripción en la pilastra
pintada en el ángulo inferior izquierdo del cuadro
La mujer barbuda (José de Ribera, 1631) |
|
|
EL PARTO DE LOS HOMBRES
"la covada" o "zorrocloco",
Se daba en la antigüedad en algunas zonas del norte de España.
Consistía en que el hombre, durante el parto de la mujer, era encerrado
en una habitación contigua donde simulaba sufrir igual que ella.
. Estrabón lo describió en su Geografía, al hablar de Hispania y
particularmente de los pueblos del norte:
«...Es común también la valentía de sus hombres y mujeres;
pues éstas trabajan la tierra y cuando dan la luz sirven a sus maridos
acostándolos a ellos en vez de acostarse ellas mismas en sus lechos».
La covada, que escandalizó a ls romanos, consistía en que cuando daba a
luz la esposa, era el marido quien inmediatamente se metía en la cama
con el hijo y ambos eran atendidos por la mujer.
De hecho, es un comportamiento muy conocido en antropología, que también
se daba en la América precolombina, e incluso en Norteamérica.
"La costumbre escandalizó a los europeos... pues el padre solía
acostarse en una hamaca donde se quejaba por las dificultades que había
sufrido en el parto, y recibía regalos de familiares y vecinos, mientras
que la madre solía seguir trabajando como si tal cosa. En realidad, era
la forma de proclamar públicamente quien era el padre del recién
nacido".
"Entre los shoshonis, el padre permanecía recluido cinco días en su
choza, hasta que se caía el cordón umbilical, sin comer carne, ni sopa.
Los padres witotos también tenían que permanecer en reposo hasta que
cicatrizaba el cordón umbilical y no podían carne de caza ni tocar sus
armas. Entre los bororos de Brasil, el padre se provocaba hemorragias en
los pulmones por medio de una varita y desparramaba la sangre por el
cuerpo simulando el parto".
---------- ---------------
------------------- ---------------------
También podemos
mencionar casos bastante evidentes como el de Juana de Arco (1412-1431)
que fue ejecutada por la Inquisición además de por brujería, por llevar
constantemente ropas de hombre y comportarse como varón en todo momento.

|