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 Historia Israel 4

 

 ISRAEL. DINASTÍA ÓMRIDA:

 

          Durante los dos siglos siguientes, la historia judía se reduce a una serie de luchas entre pequeños estados, tales como Israel, Judá, Moab, Edom y Damasco, que constantemente peleaban entre sí. Durante los primeros años del siglo IX a.C., y bajo el reinado del rey Omri,   Israel se transformó durante un tiempo en una poderosa fuerza (Omri reinó entre 876-869 a.C.). Este monarca estableció la capitalidad de Israel en la ciudad de Samaria aproximadamente en el 870 a.C.; bajo su reinado se vivió un periodo de paz. Cuando ascendió al poder Ahab, su hijo y sucesor, Israel se vio sacudida por luchas internas, producto de una cuestión tan vital como era la religión.

 

 

Jezabel sacrificando a sus dioses

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS CULTOS FENICIOS:

 

 

La mujer de Ahab, Jezabel, princesa  de la ciudad fenicia de Tiro, trató de incorporar el dios fenicio Melkart a la religión de Israel. Mucho tiempo antes, se habían estado introduciendo distintas influencias idólatras en los dos reinos hebreos, pero la osadía de Jezabel causó fuertes protestas públicas. Estas protestas eran de carácter político y religioso, debido al sistema ético de la ley mosaica, en la cual el gobierno y el culto tenían peso similar y ello podía dar lugar a que la  falta de respeto a  Yhavé fuera considerada como un grave pecado y un crimen de Estado. 

 

 

Muerte de Jezabel

LOS PROFETAS:

 

Una serie de profetas se encargaron de agitar las conciencias de los israelitas. En el reino del norte, Elías, Eliseo, Amós y Oseas hicieron un llamamiento en favor de la vuelta a los severos principios  democráticos del desierto. En Judá, Isaías y Miqueas condenaban enérgicamente la idolatría y el lujo. A los conflictos religiosos se añadieron los militares.

 

EL PROBLEMA ASIRIO:

 

 En el siglo VIII a.C., el poder de los asirios creció hasta llegar a dominar Oriente Próximo, avanzando hasta las fronteras de los Estados en conflicto, para quienes la invasión y el desastre resultaron inevitables.

    Los asirios habían intentado conquistar la antigua Palestina durante más de un siglo. En el 853 a.C. la primera gran invasión asiria, liderada por el rey Salmanasar III (reinó entre 859-824 a.C.), fue derrotada en la batalla de Karkar por una coalición de pequeños estados, entre los que se incluía Israel, dirigidos por el rey de Damasco, Ben-Hadad I (fallecido c. 841 a.C.). Asiria se retiró momentáneamente, pero sus fuerzas gia_esaron de hostilizar las fronteras palestinas. En el 734 a.C., cuando las luchas interminables entre los ya muy debilitados estados palestinos imposibilitaron su unión para formar una coalición, el rey asirio Teglatfalasar III (reinó entre 745-727 a.C.) se puso al frente de un ejército que invadió y conquistó Israel. Sólo una fortaleza en Samaria pudo soportar el acoso hasta 722-721 a.C., año en que las tropas asirias finalmente lograron tomar la ciudad.

 

LA DESTRUCCIÓN DE ISRAEL. 

 

 El reino de Israel quedó destruido, y muchos de sus habitantes partieron hacia el destierro; desde ese momento se los conocería como las tribus perdidas. Samaria fue repoblada con inmigrantes procedentes de Mesopotamia, que rápidamente adoptaron la religión israelita, y se convertirían en la secta conocida como samaritanos.

 

JUDÁ TRIBUTARIO DE ASIRIA

 

 A pesar de que el reino de Judá pasó a ser tributario de Asiria, mantuvo su independencia nominal durante otros 135 años.

  
JUDÁ BAJO  EL PODER DE LA DINASTIA X DE BABILONIA O  CALDEA
.La caída de Jerusalén a manos de Nabucodonosor de Babilonia:

 

    Durante el siglo siguiente, Judá logró mantener su identidad, mientras que la hegemonía en el Oriente Próximo oscilaba entre los asirios y los egipcios hasta la aparición del imperio babilónico de los caldeos. Sin embargo, el reino de Judá se negó a someterse a los caldeos, a diferencia de lo que había sucedido con los asirios. En el 598 a.C. Nabucodonosor II, soberano de Babilonia, declaró la guerra al reino de Judá y conquistó Jerusalén.

 

.La deportación a Babilonia

 

 La mayoría de los nobles, guerreros y artesanos de Judea fueron hechos prisioneros y llevados a Babilonia. El rey Nabucodonosor nombró al príncipe de la casa de David, Sedecías, rey de Judá. En el 588 a.C. Sedecías se rebeló contra los caldeos; dos años más tarde, el ejército de Nabucodonosor destruyó Judá y arrasó su capital, Jerusalén. Todos los habitantes de Judá que fueran considerados potenciales líderes de revueltas, fueron deportados a Babilonia. Otro grupo huyó a Egipto, llevándose al profeta Jeremías, a pesar de sus protestas. Sólo permanecieron en Judá los campesinos más pobres. Excepto por un corto periodo (en el que se consiguió una cierta libertad cuatro siglos más tarde), la cautividad de Babilonia marcó el fin de la independencia política del antiguo Israel.

 

.El destierro:

  En el momento de la disolución del reino de Judá había judíos que vivían en Egipto, Babilonia y Palestina.

 La cautividad  en Babilonia:

 

    Entre todas esas comunidades, la más importante era la de Babilonia. Los exiliados formaron allí una floreciente colonia formada por los judíos que habían sido deportados en el 597 a.C., y por otros que ya se habían establecido en la zona desde la caída del reino de Israel en el 721 a.C. Bajo el liderazgo del sacerdote y reformador Ezequiel, la comunidad babilónica pudo mantener su identidad personal, sustituyendo la patria política por otra espiritual. El ritual ocupó un lugar prominente dentro de la religión, con el fin de gobernar así la vida de los exiliados. Los escribas comenzaron a fijar por escrito las tradiciones del pueblo, y esos escritos se convertirían en los libros de la Biblia. El culto que anteriormente se realizó en el Templo, fue sustituido por reuniones de oración. Un profeta anónimo llamado Isaías, cuyos discursos forman la segunda parte del libro bíblico de Isaías, se encargó de alentar en los exiliados una fe en una nueva vida, en una nueva y reconstruida Jerusalén.

 
El regreso a Jerusalén:

 

    En el 539 a.C., el fundador del Imperio persa, Ciro II el Grande, conquistó Babilonia. Al año siguiente, publicó un edicto en el que otorgaba la libertad a los judíos. Aproximadamente 42.000 miembros de la comunidad babilónica prepararon su regreso a Palestina, llevándose consigo todos sus bienes, además de las donaciones de los que se quedaron en Babilonia y, tal como dice la tradición, con regalos del propio emperador. Liderados por un príncipe de la casa de David llamado Zorobabel, la expedición se dirigió a Jerusalén. El país aún estaba desolado debido a los estragos causados por las guerras caldeas, y los inmigrantes se sintieron desfallecer ante la enorme empresa que tenían ante sus ojos. La actitud de apatía de los recién llegados fue superada gracias a la labor de dos líderes religiosos, los profetas Ageo y Zacarías, quienes sostenían que la máxima realización del hombre está en la recompensa de una vida espiritual, tal y como había predicho Ezequiel antes que ellos. Los judíos se concentraron en la reconstrucción del Templo, hecho que consumaron en el año 516 a.C. Para la tradición judía, el año en que finalizó la construcción de este segundo Templo se considera como la fecha del verdadero fin del exilio babilónico, cuya duración fue, pues, de setenta años (586-516 a.C.).

 

    El  Sumo Sacerdote fue elegido gobernante de la provincia de Judá o Judea, que desde entonces se transformó en un Estado-Templo. Las labores de reconstrucción fueron realizándose lentamente, y aproximadamente en el 445 a. C., Nehemías (protegido del rey Artajerjes I de Persia, quien reinó entre 465-425 a.C.) recibió la autorización expresa para reconstruir la ciudad. Bajo su dirección, Jerusalén volvió a ser una gran ciudad. Durante este periodo, la comunidad babilónica, habiendo oído noticias referentes a la falta de disciplina religiosa, decidió enviar a Esdras, un famoso maestro y escriba, para que introdujera las necesarias reformas religiosas. A mediados del siglo IV, Judea se había convertido en un país organizado según unas estrictas doctrinas religiosas, y dominado por una clase sacerdotal muy fuerte. La Torá (‘Ley’, es decir, el Pentateuco) rigió la vida cotidiana de los judíos; durante este tiempo, los escribas y los maestros de la Ley dieron su forma definitiva a las Sagradas Escrituras. Judea fue prosperando cada día más, de modo tal que, gracias a su capacidad para adaptarse a unas circunstancias adversas, los judíos, en un lapso de 150 años, se transformaron de una entidad política en un pueblo casi únicamente motivado por la religión.