¿MASONERÍA O MASONERÍAS?
¿Por qué existen tantas Obediencias masónicas en cada país,
frecuentemente enfrentadas? ¿No constituye tal rivalidad una prueba
palmaria de la falta de hermandad que preconizaban los propios
masones? Varias son las razones que pueden explicar la ostensible
contradicción de que una institución basada en la tolerancia y la
fraternidad no supiera poner orden en su propia casa: la creciente
politización de las logias, vanidades personales, la ausencia de una
rigurosa tradición masónica y el escaso conocimiento sobre el
simbolismo, el ritual y los métodos de realización personal. Una de
las causas más relevantes de esta situación fue la rivalidad de las
Obediencias por obtener el reconocimiento internacional de regularidad
masónica. Aclaremos que la regularidad,
entendida como cumplimiento de las Constituciones de Anderson, se
obtenía cuando una Gran Logia o Gran Oriente era reconocido, al
menos, por dos Obediencias regulares extranjeras. Pero como el
reconocimiento por parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra suponía
el espaldarazo final o summum
de la regularidad, los masones de todas las Obediencias nacionales
dedicaron especial interés en cortejar a los ingleses.
A fin de comprender el confuso panorama masónico tanto de
España como de otros países, cabría efectuar una triple división
entre:
1º masonería regular (o que aspira a serlo).
2º masonería irregular o adogmática, y
3º organizaciones políticas o sociales que adoptan ciertas
formas masónicas.
Las Obediencias masónicas de la España del XVIII y del XIX
encajan más bien en las dos última categorías.
En la España de fines del siglo XVIII, y comienzos del siglo
XIX, la cultura francesa puso de moda los ritos y ceremonias
misteriosas entre los españoles afrancesados. En efecto, la Gran
Logia Nacional para todas las Españas fundada en octubre de 1809
y dirigida por su Gran Maestro el rey José I, estaba formada por
nobles afrancesados, y altos mandos de la Administración y el ejército.
De la misma manera que en Francia la masonería bonapartista se había
convertido en una Orden Imperial, a modo de escaparate del nuevo régimen,
que facilitaba la sociabilidad de la nueva aristocracia de nobles,
militares y funcionarios, también en España, la masonería
afrancesada prolongaba la moda de la fraternidad selecta. Era una
masonería al servicio de Francia que, al estar muy politizada,
encajaba en la segunda de las categorías arriba mencionadas.
Igualmente, tras la caída del rey intruso y la vuelta al absolutismo,
ciertos sectores de la nobleza y de la alta burguesía desplazados de
los órganos político-administrativos de decisión, ingresaron en las
logias masónicas como medio de forzar la restauración de la
Constitución gaditana de 1812. Con todo, se abrirá una pugna
ostensible entre las logias masónicas regulares, defensoras de la
neutralidad política, y las logias irregulares o lo clubes
revolucionarios con ropaje masónico, claramente partidarios de la
acción política e incluso del pronunciamiento. Fue el caso del Gran
Oriente fundado en 1817 en Granada con la participación del conde de
Montijo, el conde de Teba, el marqués de Campoverde, el conde de La
Bisbal, Obediencia que luego pasaría a Madrid para ser dirigida por
el general Luis Maria González Torres de
Navarra y Castro, marqués de Campoverde.
Con relación a la actitud adoptada por la masonería ante el
absolutismo fernandino, ha de insistirse en que esta masonería
liberal, fuertemente politizada o irregular (o claramente
pseudomasonería), estaba enfrentada a otra masonería de corte
tradicional o regular que prohibía toda intromisión de las logias en
política. En efecto, paralelamente a esta masonería liberal (en
rigor, era un protopartido político con ropaje masónico), existieron
otras logias que practicaron una masonería pura o regular en
cumplimiento de la obligación de no debatir sobre cuestiones políticas
o religiosas.
En 1818 algunos de los Altos Oficiales de esta minoritaria
Gran Logia regular de España eran: Ferreira, Gran representante;
Marcelino Sánchez Rangel, canónigo de Salamanca, Gran Secretario;
Antonio Beraza, director de correos y puentes; Bailly; abate Andrés
Muriel, biógrafo de Carlos IV; y José Pellicer. Durante el Trienio
Liberal esta Gran Logia regular sería reconocida por el Gran Oriente
de Francia y Obediencias masónicas afines, y abanderaría la
tendencia moderada partidaria de la apoliticidad de las logias y
aglutinando, por ello, no sólo a algunos antiguos masones
afrancesados, sino a los masones decepcionados por la politización de
las logias modernas.
Respecto a estas logias modernas sabemos que tras el
pronunciamiento del general Riego en 1820, el primer gobierno liberal
estaba formado íntegramente por masones de esta tercera tendencia polítizada
que, en rigor, era más un criptopartido político con hechuras masónicas.
Precisamente fue esta pseudomasonería más que irregular del conde de
Toreno, Arguelles, Alcalá Galiano, Istúriz, Alvarez de Mendizabal,
etc. la más activa y políticamente influyente, que se agrupada en
torno a la logia Templanza
de Madrid. Como lo fue también la sociedad secreta de la “Sociedad Masónica de Liberales Unidos” fundada durante el
reinado de Isabel II.
Durante todo el siglo XIX, se mantuvo la triple división en
la masonería: masonería que pretendía la regularidad, masonería
adogmática o irregular, y
organizaciones políticas con ropaje masónico. La primera aspiraba al
reconocimiento internacional de su ortodoxia o regularidad masónica
por el cumplimiento de los deberes o Landmarks
establecidos en las Constituciones de Anderson de 1723 y, más
concretamente: el requisito de creer en Dios, respetar las leyes del
país y no debatir sobre materias políticas o religiosas.
En el caso de España, hay un dato enormemente significativo
y muy revelador sobre la ortodoxia de la masonería española: desde
la implantación de la masonería en España, durante los siglos
XVIII, XIX y buena parte del XX, la Gran Logia Unida de Inglaterra, árbitro
supremo de la regularidad internacional, no reconoció a ninguna Obediencia masónica
española. Tal
reconocimiento ha tenido lugar hace pocos años, concretamente en
1987, y ha sido a favor de la Gran Logia de España, lo que es casi lo
mismo que afirmar que, según los ingleses, no ha habido masonería en
España hasta ese año.
Recordemos que las Constituciones de Anderson de 1723
establecen como deberes de la masonería el derecho de cada persona a
tener “sus individuales opiniones” dentro del mutuo respeto entre
personas rectas y honradas, “cualquiera que sea el credo o
denominación que las distinga” (I). Igualmente, se sienta que el
“Masón ha de ser pacífico súbdito del Poder civil doquiera resida
o trabaje, y nunca se ha de comprometer en conjuras y conspiraciones
contra la paz y bienestar de la nación ni conducirse indebidamente
con los agentes de la autoridad” (II). En consecuencia, “no se
habrán de promover disputas ni discusiones en el recinto de la Logia
y mucho menos contiendas sobre religión, nacionalidades y formas de
Gobierno” (IV).
A este respecto, en el Congreso Masónico Internacional
celebrado en Lausanne del 6 al 22 de septiembre de 1875, los Supremos
Consejos representantes del Rito Escocés Antiguo y Aceptado,
acordaron por unanimidad lo siguiente:
“La Francmasonería escocesa proclama ahora, como desde su origen ha
proclamado siempre, la existencia de un principio creador, bajo nombre
de Gran Arquitecto del Universo […] La Francmasonería está abierta
a todos los hombres de todas las nacionalidades, de todas las razas y
de todas las creencias. Prohíbe en sus talleres toda discusión política
y religiosa, pues acoge en ellos a todos los profanos, cualesquiera
que sean sus opiniones políticas y religiosas, con tal de que sean
libres y de buenas costumbres. La Francmasonería tiene por misión
combatir la ignorancia bajo todas las formas, y constituye una escuela
mutua cuyo programa encierra los siguientes lemas: obedecer las leyes
del país, vivir con honra, practicar la justicia, amar a sus
semejantes, y trabajar sin descanso por el bien de la humanidad y por
su progresiva y pacífica emancipación” (Publicado en Gaceta Oficial del Gran Oriente Nacional de España de 25 de
julio de 1887, pp. 3-4. Es evidente que tal declaración no hacía más
que ceñirse a las Constituciones de 1723).
Inspirándose igualmente en los Landmarks
de Anderson, la Base 1.ª de las Constituciones
del Gran Oriente de España publicadas en mayo de 1871
en el Boletín de esta obediencia preceptuaba:
“La Masonería tiene por objeto la perfección de los
hombres y por lo mismo los masones españoles admiten los diversos regímenes,
ideas y sistemas sociales establecidos, siempre que ellos no alteren
los principios filantrópicos y fraternales; por esta razón la
Masonería reconoce y proclama la autonomía del individuo; es una
sociedad pacífica que realiza una misión humanitaria y civilizadora;
en su consecuencia todo masón deberá ser también un ciudadano pacífico,
de honrada y moral conducta, que acate todos los poderes públicos que
se hallen legítimamente constituidos. Los Masones no deben como tales
mezclarse ni tomar parte en conjuraciones contra la paz y el bienestar
de la nación; procurarán ser corteses con las autoridades y sostener
y amparar en todas ocasiones los intereses de la hermandad, trabajando
por la prosperidad de la patria, no perdiendo de vista que todos los
hombres son hermanos y que la Masonería ha florecido siempre con la
paz y sufrido y perjudicándose mucho en su marcha y desarrollo, con
las guerras y el derramamiento de sangre; por esta razón el Orden Masónico
ha contado en su seno, en todas las épocas y en todos los pueblos,
con los hombres más eminentes e ilustrados, que han tenido a gloria
pertenecer a una asociación que responde con la práctica de grandes
virtudes, a la calumnia y malquerencia de sus émulos adversarios”
(Base 1ª, en Preliminares o Bases generales de las
Constituciones, p. 5, anexo a Boletín Oficial del Gran Oriente de
España, Año I, n.º 1, 1-V-1871).
La Base 8.ª prohibía asimismo de manera tajante toda
discusión política o religiosa:
“La Masonería considera como hermanos a todos los hombres,
cualquiera que sea su nacionalidad, religión, creencia y posición;
no reconoce distinción entre libres y esclavos, y prohíbe
terminantemente en su seno toda discusión acerca del dogma de toda
religión positiva y de conducta y fines de cualquier partido político,
cuyas discusiones alteran la cordialidad que debe reinar entre hombres
unidos por un mismo pensamiento”.
Mucho se ha especulado y debatido sobre el apoyo de la
masonería española a la proclamación de la I República. La masonería
que aspiraba a ser reconocida como regular por las Obediencias de
otros países, mantuvo a la sazón una escrupulosa neutralidad y
apoliticidad, tan sólo alterada ocasionalmente por las ocurrencias de
alguna logia o masón díscolo. En este sentido, la proclamación de
la República el 11 de febrero de 1873 fue ocasión para que los máximos
dirigentes de la masonería recordaran la posición que debía de
adoptarse. Así, Ruiz-Zorrilla, Gran Maestro del Gran Oriente de España,
dirigió una carta al Gran Maestro adjunto y a todos los masones de su
obediencia para insistir en que:
“La masonería no pertenece a ningún partido político. En
su seno se agrupan todos los hombres de buena voluntad y no se les
pregunta si vienen del campo de la Monarquía o de la República, con
tal que se ofrezcan a trabajar por la libertad, por la igualdad, por
la fraternidad del género humano […] Demos, monárquicos o
republicanos, un ejemplo a la sociedad en que vivimos. Si contendemos
con la palabra, no abusemos de este don celestial para herir al
hermano que sostiene distinta doctrina, y llevemos a la discusión las
consideraciones que exige la fraternidad que nos une […] Si llegara
el momento terrible en que las pasiones políticas se desencadenan y
la acción baja del cerebro al brazo y el derecho se oscurece y la
fuerza impera. ¡Maldito sea aquel que derramara sangre hermana! Las lágrimas
de la Masonería borrarían el rastro del crimen sobre la tierra; pero
la memoria del fratricida serviría de execración eterna a las
futuras generaciones masónicas”.
En la misma línea, una Circular del Gran Oriente de España
fechada el 16 de febrero de 1873, recordaba el deber de todos los
miembros de la Obediencia de estar al margen de las disputas profanas
sobre las formas de gobierno:
“Acontecimientos políticos de gran importancia acaban de
realizarse en España, y pocas horas han bastado para que se pase de
la forma monárquica a la republicana. En la sociedad exterior ha
habido vencedores y vencidos. En la sociedad masónica no hay más que
hermanos. Recordarlo bien; ni una palabra debe emponzoñar el purísimo
ambiente de nuestros templos con la relación a estos sucesos, porque
la alegría de los unos pudiera mortificar las convicciones de los
otros, y aunque la discordia no ha de levantar la cabeza entre las
columnas venerables, el respeto que nos merecen todas las opiniones
honradas y el amor fraternal que late en nuestros corazones han de
obligarnos a ser tolerantes y cariñosos [...] La fraternidad que se
practica en el templo entre hombres pertenecientes a diversas escuelas
políticas modera los ímpetus, suaviza los caracteres y refleja sobre
el mundo exterior un rayo de la inextinguible claridad que nos
alumbra. En las circunstancias actuales no basta con esto sólo. Se
necesita algo, mucho más. El espíritu fraternal del templo ha de ser
la atmósfera en que siga envuelto el masón que toma parte activa en
la vida pública […] La misión de la Masonería es la de moralizar
esas contiendas y aminorar el dolor en los encuentros de aquella
fuerza sin apagar la eficacia del choque. Demos, monárquicos o
republicanos, un gran ejemplo a la sociedad en que vivimos”.
Tras la Restauración de la monarquía borbónica, el Gran
Oriente Nacional de España, dirigido por José María Pantoja y
Eduardo Caballero de Puga, y considerado la más regular
de las Obediencias españolas, publicaba una nueva circular en la que
manifestó que la masonería debía acatar
el nuevo régimen político y la monarquía como forma del Estado
conforme a los deberes masónicos establecidos desde la Constitución
de 1723.
Sin embargo, lo cierto es que mientras el Gran Oriente
Nacional de España se esmeraba en cumplir con el deber de
apoliticidad, el Gran Oriente de España terminó acusando la
imparable vocación política de sus integrantes. No en vano, este
Gran Oriente había procurado colocar como Grandes Maestros a políticos
liberales relevantes —Ruiz Zorrilla, Sagasta, Manuel Becerra— para
dar lustre y fama a la organización, y ello aun a costa de incumplir
los usos y costumbres tradicionales de la masonería.
Los regulares del
Gran Oriente Nacional de España lucharon contra viento y marea para
no mojarse o hundirse en los agitados mares de la política nacional.
En 1881 el marqués de Seoane expresaba a Caballero de Puga esta
situación en los siguientes términos: “Conoce usted mi regla de no
confundir la masonería con la política, ni con las consideraciones
particulares, pero no sucede lo mismo ni a Beranger ni a su centro [el
Gran Oriente de España] que hacen servir la institución para sus
fines políticos y particulares”. Igualmente, en el libro Ritual
escocés del Maestro francmasón seguido de la historia de la
Francmasonería desde 1717 hasta 1880 (Madrid, 1888), se afirma
que la masonería es:
“una Asociación que, ateniéndose estrictamente a las
leyes de la nación en que vive, y apartándose por completo de toda
lucha política o religiosa, se dedica a trabajar en pro del
perfeccionamiento humano, siendo sus medios la instrucción, la
beneficencia y el auxilio mutuo de todos sus asociados, entre los
cuales caben cuantos quieran rendir a la verdad y a la virtud un culto
fervoroso”.
Frente a la enrarecida atmósfera de aquellos años, las
nuevas Constituciones del Gran
Oriente Nacional de España, aprobadas en 1893, reiteraron en su
artículo 1.º que los masones tenían el deber de:
“Obedecer las leyes del país en que se vive, vivir según
el honor, practicar la justicia, amar a su semejante; trabajar sin
descanso por el bien de la humanidad y perseguir la emancipación pacífica
y progresiva [...] A los hombres para quienes la religión es un
consuelo supremo, la Francmasonería les dice: Cultivad vuestra religión,
seguid las inspiraciones de vuestra conciencia; pero tened en cuenta
que la Francmasonería no es una religión, no es un culto; por eso
proclama la instrucción laica y toda doctrina se encierra en este
precepto: Ama a tu prójimo. La política separa, enemista a los
hombres; por eso la Francmasonería les dice; Yo proscribo de mis
reuniones todo debate político; sé para tu patria un servidor fiel y
decidido, sin que necesites darme cuenta de esos actos. El amor a la
patria se armoniza perfectamente con todas las virtudes” (Constitución
de la Francmasonería Española y leyes universales de la Institución…,
Madrid, 1893, pp. 9-17).
Sin embargo, a pesar de que el Gran Oriente Nacional de España
se mantuvo fiel a su compromiso de apoliticidad y aconfesionalidad, la
existencia de otras masonerías, como el Gran Oriente Español o la
Gran Logia Simbólica Regional Catalana-Balear, comprometidas
abiertamente con partidos políticos liberales y progresistas, acabó
por contaminar la imagen de todas las Obediencias. Era muy difícil
distinguir entre masonerías regulares
o irregulares, habida cuenta
de que, aunque aparentemente todas tenían fines semejantes y el mismo
simbolismo, la proyección pública y mediática de las segundas era
mayor. Ciertamente, frente al discreto proselitismo de la masonería regular,
el visible activismo político de las Grandes Logias irregulares era lo único que percibía el mundo profano. Casi se
podría afirmar que la sociedad sólo conocía la masonería a través
de las actividades proyectadas por las Obediencias adogmáticas o irregulares, es decir, organizaciones presididas por importantes políticos
liberales que actuaban discretamente en apoyo de ciertos partidos. Y
aunque era, por tanto, una imagen incompleta y distorsionada que no
reflejaba el espíritu de la masonería regular
de otros países, lo cierto es que en España la Orden del Gran
Arquitecto del Universo jamás pudo quitarse de encima ese estigma.
Por el contrario, y conforme el sistema de la Restauración pactado
por Cánovas y Sagasta se fue agotando, la politización de las logias
iría en aumento.
Extractado de Javier Alvarado Planas, Masones
en la nobleza de España, Madrid, 2016, pp. 33-56.
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